Tierra de palabras

Nacimiento

No necesitaba respirar todavía; es mamá la que respira por ella. Quiere seguir sintiéndose sirena

El último día de marzo la cigüeña llegó hasta el hogar en el que todo estaba listo para recibirla. Años después, con larga vida ya a las espaldas, un nuevo amanecer. El agua que hierve teñida de café en la ruidosa locomotora que le pone el primer sonido y aroma a la mañana. Descorre las cortinas del salón y un telón, algo oscuro todavía, mantiene oculta y expectante la trama del día.

Antes de salir a trabajar, se regala llenar la pequeña bañera de agua y regarla con gel hasta obtener una espuma con aroma de coco. Con la piel humedecida cual anfibio, pero con la sangre bien caliente, mete la cabeza sumergiéndose en el silencioso líquido que amplifica cualquier sonido interno que su cuerpo haga. Y con los ojos apretados intenta recordar lo irrecordable: intenta recordar la llegada. Y es así como inicia un viaje de vuelta que dura lo que durará la respiración bajo el agua. Necesita sentir cómo fue aquel calor y, hecha un ovillo en la pequeña bañera, se acuerda de su madre que muchos años atrás, ese mismo día, le ayudó a que naciera. Y bajo el agua: la luna muy presente, difuminándose en el incipiente azul del cielo, influyendo en mareas de otros vientres, haciendo que se rompan los diques de contención y comience el nada fácil camino hacia la vida.

No necesitaba entonces respirar todavía, es mamá la que respira por ella. Quiere quedarse allí. Quiere seguir sintiéndose sirena en aquella minúscula pecera. Sin embargo, hay una fuerza que le empuja a salir por un canal cada vez más estrecho… interminable.

Sobresaltada saca la cabeza del agua, no sabe bien si salió del útero o de la bañera. Siente el primer zarandeo de la vida nada más llegar y cómo los pulmones se arrancan a llorar y el aire que por primera vez entra. Llora con fuerza sin saber todavía nada de nada, pero llorando llega.

Ahora, muchos años después, mientras saca todo el cuerpo de la envoltura del líquido, con las sensaciones a flor de una piel humedecida, se seca sola y sola se viste y ve que no queda ningún rastro de sangre, ni de placenta, ni un pecho cálido que le dé alimento y cobijo.

En algunas etapas de su vida creyó que la cigüeña se equivocó de casa. Ahora, la madurez le hizo comprender que la casa era perfecta y si se diese la imposible posibilidad de empezar, volvería a elegir a la misma familia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios