Militantes y simpatizantes

Para los militantes, una investigación es una injuria; una prueba, un oprobio y una sentencia, una arbitrariedad

Esos héroes (los expertos en nacionalismo catalán, que se inmolan por tenernos a los demás informados de uno de los temas más rollos del universo) dicen que no hay que dar por muerto a Mas demasiado pronto por más que toda la corrupción diferencial catalana le señale y salpique. Una cosa es la opinión pública y otra la partidista y de los mandos del partido.

Esto me ha recordado de inmediato a un catalán que llevo en el corazón grabado a fuego: Josep Pla. El ampurdanés distinguía en la vida social tres círculos concéntricos: los amigos, los conocidos y los saludados. Siguiendo el modelo, en los partidos están los compañeros, los militantes y los simpatizantes. Los círculos no tienen que rodar en el mismo sentido. En el caso de Mas, los compañeros de partido prefieren tenerlo allí para usarlo de paraguas judicial y electoral, a falta de otro líder. Los militantes, tan fervientes, consideran cualquier investigación, una injuria; cualquier prueba, un oprobio y cualquier sentencia, una arbitrariedad. De modo que prietas las filas a más a más con Mas. Los simpatizantes, en cambio, pueden empezar a sentirse abochornados y no acudir a las urnas con buenos sentimientos.

Esta mecánica desincronizada se repite en todos los partidos y puede terminar siendo un problema (más) de nuestra democracia. Hace poco, recordábamos aquí la advertencia de Burke sobre que no se trata de conseguir la máxima democracia posible (las primarias serían un ejemplo), sino que la democracia sea lo más firme posible. Si se deja el rumbo del partido en manos de los militantes, se tomarán decisiones cuyo denominador común será "cerrarse en banda" en lo ético-judicial, en lo ideológico y en lo estratégico. Los votantes, sin embargo, suelen preferir un partido abierto y sensato. Esta encrucijada se ha vivido en Podemos y se va a vivir en el PSOE de forma dramática.

En el PP, como mandan los tácticos, se hace lo contrario: se desentienden de los militantes y hasta de los mandos intermedios, para centrarse (en todos los sentidos) en los votantes. Esto deja réditos electorales, no se puede negar, pero poco crédito ideológico.

El partido perfecto sería aquel que consiguiese un equilibrio de fuerzas centrípetas y centrífugas, y estableciera un diálogo vivo y convincente entre sus dirigentes, sus afiliados y la masa social que le vota o no le vota, según lo que le proponga y cómo lo cumpla, si lo cumple.

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