¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Malas noticias

Lo ocurrido en la manifestación era previsible. Un Estado se puede permitir muchos lujos, pero no el de la ingenuidad

Hemos pasado el mes de agosto leyendo El cuaderno gris, de Josep Pla, un recordatorio de que hubo un tiempo en que existió una Cataluña civilizada, irónicamente amable, deliciosamente burguesa, adornada por eso que llaman el seny, una mezcla de sentido común, educación y olfato comercial. Sin embargo, en esta rentrée un poco adelantada -como adelantadas han sido la vendimia y las primeras lluvias- volvemos a toparnos con la misma Cataluña gritona y mal vestida que dejamos atrás a finales de julio, cuando (ay) aún se abría ante nosotros el dilatado horizonte de las vacaciones. Lo del pasado sábado en Barcelona no fue una manifestación de repulsa al terrorismo islamista y de solidaridad con sus víctimas, sino el primer asalto de una otoñada, caliente como todas, que tendrá su punto culminante el próximo 1 de octubre. Malas noticias: los independentistas han propinado a los constitucionalistas el primer punch.

Muchos fueron los dislates. La foto del Rey acosado por las estrelladas, pitado por el soberanismo punk y acompañado por una mujer sometida al hiyab pasará a la historia del ridículo colectivo. Se ha equivocado el Gobierno y se ha equivocado el entorno de La Zarzuela (llamémoslo así). Un país que se tenga un mínimo de respeto a sí mismo, una sociedad en la que rija la lógica política más elemental, no permite que sus símbolos sean arrastrados de una manera continuada e impune, como está ocurriendo en España. Puede que el presidente Rajoy, como él mismo declaró ayer, no escuchase "las afrentas", pero el resto del país no sufre su misma sordera severa. La cara de papelón del Rey durante el recorrido de la manifestación vale más que todas las excusas que puedan elaborar los fontaneros de la Moncloa. Ya es hora de que el presidente tenga el valor o la capacidad de movilizar todo el potencial del Estado para evitar que se siga insultando repetidamente a nuestro sentimiento colectivo como nación, a nuestra democracia y a nuestras instituciones (incluida la Monarquía).

No era muy difícil prever lo que ocurrió. Un Estado se puede permitir muchos lujos, pero nunca el de la ingenuidad. El nacionalismo convirtió a los muertos de las ramblas en abono para sus sueños identitarios y, con el argumento tan falaz como cómico de la venta de armas al ejército regular saudí, situó a Felipe VI y a Rajoy en el organigrama del Estado Islámico. Ya saben, el que arrancó la furgoneta era gallego.

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