El fin de semana pasado, celebramos el Día Internacional del Niño. ¿Tenemos realmente algo que celebrar? Espigando entre las noticias aparecidas en estos días, podemos deducir cómo la humanidad conmemora la festividad. Cae una red internacional de pederastas, con base en nuestro país. Analizando los archivos informáticos requisados, los policías especializados en este tema y por desgracia acostumbrados a la contemplación de la barbarie extrema, se declaran estupefactos y dicen que tardarán en olvidar esas imágenes.

En San Sebastián, de madrugada, aparece un recién nacido tirado en un contenedor de basura. Tuvo la suerte de que un vecino que pasó cerca, oyó su lloro y avisó a la Ertzaintza. Trasladado al hospital, pudieron salvarle la vida. Ignoro las poderosas circunstancias que conducen a una madre, si a la de esta niña podemos llamarla así, a asesinar conscientemente a la carne de su carne. Si sé que los animales irracionales nunca lo hacen.

Han llegado las lluvias al Campo de Gibraltar, para aliviar la sed de los pantanos y limpiar la atmósfera. En la ciudad siria de Alepo, llueve también, pero en vez de agua fresca y vivificadora, caen proyectiles desde los aviones, obuses de cañón y hasta un nuevo invento destructivo: unos barriles lanzados desde el aire, cargados de explosivos, de efecto demoledor. Ocho niños, murieron en el bombardeo del último hospital pediátrico que quedaba en pie. Hemos podido ver a las enfermeras empujando las incubadoras hacia el sótano, mientras lloraban. Allí estaba otra vez la ominosa imagen de un niño de pantalón corto muerto en el suelo, cubierto de una pátina de polvo gris mezclado con su propia sangre. Allí estaba otra vez, la agonía y el desgarro que Picasso pintó en el Guernica. Allí estaba otra vez, la vergüenza de pertenecer a una humanidad que permite, mirando para otro lado, que esto suceda a sus semejantes más indefensos. No hay una cifra exacta, pero se calcula que alrededor de 50.000 niños han muerto por culpa de la guerra que azota Siria desde hace más de cinco años. Cuatro de cada diez menores se han tenido que desplazar por la guerra y ocho de cada diez niños necesitan atención urgente, según ACNUR. Un niño, es una página en blanco en el libro de la vida. Si permitimos que se sigan arrancando páginas impunemente, tal vez nos quedemos todos sin libro.

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