La tribuna

Carlos Suan

¿Legitimación por el gasto?

Parece conveniente comenzar formulando una pregunta: ¿Por qué se obedece al que manda? Superadas determinadas fases históricas, en las que se obedecía por razones religiosas o simplemente tradicionales, hoy día no resulta violento concluir que se obedece, más que por la fuerza, porque el que manda obtiene obediencia de los gobernados a través de algún procedimiento. Esta es la razón por la que el Poder, para sobrevivir, está necesitado de algo más que fuerza. Y respondiendo a la pregunta formulada al principio, podemos decir que el ciudadano obedece al que manda porque así lo acepta.

Cuestión distinta es el motivo que el Poder invoca para suscitar obediencia. E inmediatamente tenemos que aclarar que estos motivos varían históricamente, pero lo que siempre permanece es la necesidad de su aceptación por el ciudadano. Pues bien, la legitimidad invita a pensar en la obediencia, ya que supone la aceptación del poder desde la misma sociedad llamada a obedecer.

Pero, aquí y ahora, no nos planteamos el tema de cuál sea el origen y fundamento del poder. Nuestro tema es mucho más modesto, pero también importante y podría formularse así: existiendo diferentes opciones políticas, ¿cuál es el motivo a invocar para conseguir la adhesión de los ciudadanos respecto de alguna de esas opciones?

Y ocurre preguntar cuál o cuáles pudieran ser aquellas actuaciones, mejor que actividades (el político es actor más que trabajador, trabaja actuando), que pudieran suscitar obediencia.

Entre las actuaciones que provocan adhesiones se encuentran aquéllas que implican gastos. Innecesario resulta advertir que el gastar se intensifica en momentos electorales. Ejecutar infraestructuras y realizar gastos con fines redistributivos siempre será correcto. Lo que acontece es que, en ciertos momentos, se gasta precipitadamente y al margen del procedimiento debido. Ya en septiembre pasado se advertía que, en la mayor parte de los gastos anunciados por los ministros (ayudas por nacimiento, alquiler y sanidad bucodental infantil), la Comisión Delegada para Asuntos Económicos del Gobierno no se había pronunciado, sorprendiendo, así, al vicepresidente Solbes.

Hay obligación de ser eficaz, y nuestro Tribunal Constitucional ha dicho que el artículo 103 de la Constitución, que habla de la eficacia de la Administración, aloja en su seno una obligación, que no un principio.

Alguna vez hemos dicho que no basta invocar el interés público; además hace falta concretarlo y saberlo gestionar, y que ésta -la gestión- debe ser eficaz y eficiente, racional y razonable, es decir, orientada a resultados, con proporción entre medios y fines, no emotiva sino teniendo en cuenta valores y aduciendo razones que consigan la adhesión del ciudadano, concluyendo que las obras y los gastos, su justicia, que no su mera oportunidad, debía contrastarse ante Asambleas Legítimas, como un Parlamento o un Pleno Municipal, pues estos son lugares adecuados, prácticamente los únicos, para proceder a una comparación entre los intereses parciales y los generales.

Esto no quiere decir que el político no pueda defender lo que hace para suscitar adhesión y obediencia, sino que lo tiene que conseguir bajo ciertas normas, entre las cuales no de menor importancia son las que siguen: tiene que saber expresarse, tiene que saber comunicar y debe respetar la verdad, huyendo de la mendacidad, teniendo en cuenta que las palabras, frecuentemente, no trasladan precisión y rigor, sino confusión y oscuridad. En otras ocasiones hemos manifestado que consideramos legítimo recurrir a la Retórica, como arte de persuadir, para suscitar obediencia. Retórica no en sentido peyorativo, sino tal como la entendía Catón: hombre honrado y hábil en el hablar. Ha sido dicho que la retórica es la hermana democrática de la dialéctica, que es más aristocrática que aquélla. El objetivo de la Retórica es el de las cosas inmediatas y concretas, opinables y verosímiles. Su discurso es argumentativo más que lógico. Es el arte de convencer con deliberaciones porque no hay pruebas definitivas. Por eso, la Retórica no repudia la seducción ni las armas de la fortuna.

Si bien se mira, no cabe negar la importancia de las realizaciones materiales. Pero el político debe pretender alcanzar empresas altas, pero razonables, no siempre materiales. Si no recuerdo mal, un corresponsal en EE UU, refiriéndose al presidente Kennedy, decía que éste pasaría a la Historia, no por sus realizaciones materiales, que más bien fueron pocas, sino por las energías que había sabido despertar en su pueblo.

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