REGRESO a casa y me encuentro una ciudad lluviosa y fría, casi nórdica, con paraguas y gabardinas y grandes charcos en las calles. Eso me gusta. Parece que se ha terminado el calor del verano justo cuando todo el mundo vuelve de vacaciones, pero en seguida me doy cuenta de que esa lluvia es un espejismo porque las altas temperaturas emocionales siguen entre nosotros. En materia política, el Anticiclón de las Azores no se desplaza ni un milímetro de su sitio. Ahí está, por ejemplo, la reforma constitucional, que ha sido aprobada en el Congreso con el abandono de los diputados disconformes, de una forma muy acalorada y nada elegante.

No conozco muy bien los tecnicismos legales, pero creo que esta reforma constitucional era necesaria. Y no porque la hubieran pedido los mercados -que ya no sabemos si son una secta masónica o una realidad tangible-, sino porque de alguna forma se había hecho inevitable una contención del gasto autonómico. España se ha convertido en un laberinto sin centro, por citar una frase de Chesterton que le gustaba mucho a Borges. Y es que Chesterton decía que el universo, si no existía Dios, era un monstruoso laberinto sin centro. Y algo así nos había pasado a nosotros con la descentralización autonómica. Poco a poco nos habíamos convertido en un Estado laberíntico que carecía de un centro que ordenara el sistema. Y en muchos casos el Estado funcionaba como un pollo sin cabeza, corriendo a lo loco en diecisiete direcciones diferentes, sin que nadie controlara hacia dónde había que correr o a qué velocidad convenía hacerlo.

Lo malo es que nadie nos ha explicado bien la necesidad de emprender esa reforma. Como va siendo habitual, no ha habido ni un solo debate televisado sobre la necesidad de reformar nuestra Constitución, ni una explicación clara de los hechos que nos han obligado a llevarla a cabo. Una reforma constitucional es un hecho muy importante, pero aquí importa mucho más un partido Madrid-Barça. Porque nadie nos ha explicado por qué había que hacer la reforma, ni qué otras posibilidades existían, si es que las había. Y nadie se ha puesto a pensar si nuestro modelo de Estado funciona de un modo razonable o si es sostenible a largo plazo. Y eso es algo que debería haberse hecho, porque se nos anuncian recortes en Educación y en otros muchos servicios públicos, y todos sabemos que van a empeorar nuestras condiciones de vida, pero nadie se ha planteado si los recortes se podrían hacer de otra manera o de acuerdo con otros cálculos. Y por eso uno echa de menos las decisiones bien meditadas, en vez de las declaraciones atropelladas y los ruidosos desplantes de telecomedia. Porque todo parece indicar que seguimos perdidos en nuestro laberinto. Y por mucho tiempo.

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