la tribuna

Eugenia Jiménez Gallego

Indefensión aprendida

ESTE es un concepto que aprendimos en la Facultad de Psicología, y que he recordado con frecuencia estos últimos años al observar lo que está ocurriendo en el mundo de la enseñanza.

Les explicaré incluso el experimento con el que nos lo ilustraban, porque gracias a él se fijó en mi memoria: aquel pobre perro al que encerraban en una jaula y sometían a descargas eléctricas al azar. Y ese azar era más terrible que el propio dolor, porque aunque el animal al principio probaba mil conductas para intentar evitarlas, al final comprendía que no podía hacer nada, y entonces se tumbaba con aire desvalido y dejaba de moverse en absoluto.

¿Que dónde he podido observar yo algo semejante en nuestros centros? Descargas eléctricas ninguna, pero la sensación de perder totalmente el control sobre lo que les ocurre, la impotencia de no poder evitar lo que sienten que les golpea... sí que las observo cada vez más entre nuestros profesores.

Por ejemplo, lo que sucede con los constantes cambios de normativa. Incluso permaneciendo el mismo partido en el Gobierno, a cada rato nos enteramos de que ya no se pasa de curso con los criterios del año pasado, que los programas tienen otros objetivos, que los mecanismos para superar la selectividad son distintos. Este verano, sin ir más lejos, nos han modificado de nuevo la Formación Profesional, la Educación Secundaria y el Plan de Convivencia. No les digo ya cuando cambian nuestros gobernantes, porque entonces se deroga todo lo anterior, lo mismo lo defectuoso que lo eficaz. La LOCE, la ley de educación que diseñó el PP, suprimió los programas de Diversificación, que tan buenos resultados están dando. Pero esta ley nunca se llegó a aplicar, porque en cuanto el PSOE llegó al poder la derogó, a pesar de que algunas de las ideas que planteaba, como itinerarios más diferenciados en la ESO, las recuperó el ministro Gabilondo.

Aunque todo esto se haga con la intención de mejorar la calidad de nuestro sistema, los efectos colaterales son demasiado negativos. Si a cualquier ciudadano de a pie le sorprende tanto cambio, y a los padres les preocupa sobremanera esta confusión, ¡imagínense los efectos que tiene sobre el profesorado que tiene que regirse por órdenes cambiantes! Yo se lo diré: que, afectados sin saberlo por la indefensión aprendida, ya no leen su propia normativa, ya no ponen interés cuando les explican alguna innovación.

Este curso pasado hemos tenido que diseñar en los centros nuestros proyectos educativos, que se supone que marcarán nuestras líneas de trabajo durante los próximos años. Pero esta tarea se ha visto empañada por el mismo sentimiento: ¿para qué esforzarnos en preparar algo que muy probablemente nos echen abajo en unos meses? Pues aunque les resulte difícil de creer, las nuevas normas publicadas este verano ya modifican algunos apartados de los documentos que acabamos de redactar. Y cuando los docentes se plantean que en noviembre tenemos elecciones, ya su motivación para aprender o aplicar cualquier novedad es totalmente nula.

También nos producen sentimientos de indefensión las frustraciones cotidianas. Como que los profesores estemos obligados ahora a usar internet para todo, incluso para poner las notas, pero con un programa que falla con frecuencia y con una conexión a la red muy lenta. Mientras tanto, cada vez que se publican los resultados de las pruebas internacionales PISA o de las pruebas de diagnóstico nacionales, se produce un intenso debate en los medios sobre la falta de calidad de nuestro sistema educativo, pero lo que yo echo en falta entre tanto análisis de datos son más propuestas sobre cómo mejorarlo, que es lo importante. Pues bien, entiendo que una de las claves, que por cierto cuidan mucho en países de referencia como Finlandia, es la motivación de sus profesores.

Y lo más impactante es que esta situación puede mejorar incluso con medidas de coste cero: estabilidad normativa en la que verdaderamente se cuente con la opinión de los docentes; autonomía real para que los centros puedan desarrollar sus proyectos en función de su contexto, siempre que demuestren resultados positivos en el alumnado; poder utilizar su presupuesto para mejorar su conexión a internet; menos tiempo dedicado a burocracia...

Es decir, cualquier cambio que reduzca sentimientos de indefensión añadidos a los que ya trae de por sí la complejidad de enseñar a nuestros jóvenes en el mundo de hoy. Está en juego la calidad de nuestra educación. Y parece que en lo único en lo que se ponen de acuerdo políticos de todos los colores en este país es en que la clave para afrontar la situación económica actual es mejorar nuestro sistema educativo ¡pues a ello!

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