Cuando dejas de beber lo primero que recobras es, aparte de volver a ser dueño de tus actos y tus palabras en todos los momentos de tu vida, una especial sensibilidad en el olfato, una capacidad hasta entonces desconocida para percibir los efluvios etílicos en la boca de otros. Al entablar conversación te haces sensiblemente perceptible al aroma del achispado vaho que los delata igual que antes a ti te delataba.

Beber para celebrar es algo que vemos desde muy niños, en cualquier lugar al que miraras. Beben mientras tú estás en otra hasta que llega el primer exceso, a escondidas de tus padres, y a partir de ahí, cuando ya eres mayor de edad, se te permite beber hasta que te mueras o el alcohol te mate.

Y beber con moderación debe ser un gran placer pero no todos nacemos con esa genética y no a todos nos sienta igual y en muchas ocasiones de nuestra vida lo utilizamos como lo que en el fondo es: una droga. Una droga con la que desinhibirse, con la que vivir sensaciones nuevas, con la que quedarte hasta que se acabe la fiesta, hablar sin reparo de cualquier tema, evadirte de la realidad, perder los papeles, ahogar tus penas… Y todo esto sería discutiblemente aceptable si lo hicieras muy de vez en cuando, lo malo es que, como todas las drogas, espera a que nazcan tus flaquezas para poder dominar tu vida o arruinarla para siempre.

Te avisan de la violencia de las imágenes y acto seguido ves como un chaval en una brutal pelea, como lo son todas, de una patada en la cabeza deja inconsciente a otro en el suelo que del golpe no se recupera y días después muere. Es probable que en estado sobrio y a la luz del día este altercado mortal no hubiese tenido tan desastrosa consecuencia. Y es algo que intuyo porque no se dijo en la noticia que iban borrachos, pero a altas horas de la madrugada, jóvenes de vacaciones y en la puerta de una discoteca… El exceso de alcohol pone en juego tu vida y lo que es más injustificable todavía: pone la de los otros.

Hay gente enferma a nuestro lado que aún no lo sabe o no lo reconoce y que trago tras trago se hace imposible su existencia y la de los que le rodean. Parece una tontería porque es lo habitual pero necesitar todos los días la dosis ya puede ser un síntoma.

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