Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Gibraltareña

En el centenario del milagro de Fátima, dos pastorcillos lusos ganaron el festival de Eurovisión

Se cumplió el milagro de Fátima y el maleficio de Bergoglio. En el centenario de la aparición de la Virgen a los pastorcillos lusitanos, Portugal ganó por primera vez el festival de Eurovisión y España quedó como farolillo rojo con cinco votos del espurreo asambleario del televoto. Hace cuatro siglos lo habríamos celebrado como un antecedente de los triunfos de Massiel y Salomé porque Felipe II, Felipe I allí, como las horas en Canarias, fue rey de Portugal en los años previos al desastre de la Armada Invencible. El monarca se fue a vivir a Lisboa y allí fallecieron el temible duque de Alba y hasta Álvaro de Bazán, el marqués de Ulloa que eligió un pueblo de la Mancha como sede de los archivos de la Marina.

Quizás sea mejor ser el Último de la Fila en Eurovisión y empezar a salir de la crisis que ganar el Mundial de Fútbol y meterse en la boca del lobo de los recortes. El que pierde, gana, tituló Graham Greene uno de sus libros. Ganó Portugal con una canción en portugués que me recordaba las que escuchamos por Radio Guadiana en el coche cuando nos vamos acercando a Ayamonte. Lo peor no fue perder, sino encima hacerlo con una canción en inglés, lo que se considerarían una verdadera blasfemia por parte de los hispanistas británicos, desde el llorado Hugh Thomas a su preclaro discípulo Paul Preston, que viene a Sevilla para participar en un ciclo sobre Literatura y Guerra Civil.

España se desgajó en el monocorde escrutinio del continente matriz como la balsa de piedra de la novela de Saramago. El Nobel de Azinhaga se quejaba en su libro Viaje a Portugal de lo que le molestaba entrar en cualquier tienda del Algarve y oír un inglés para turistas. Una bofetada a las lenguas romances separadas por el río o unidas por el barquero que pasaba a los viajeros entre Alcoutim y Sanlúcar de Guadiana.

En el primer festival de Eurovisión después del Brexit, debimos llevar a un cantante que interpretara Gibraltareña morena, canción que junto a la partida de nacimiento de Molly Bloom certifican la españolidad del peñón. Portugal llevó a su Pimpinela particular, una pareja, como Francisco y Jacinta, los pastores a los que el Papa Francisco elevó a los altares en recuerdo de una visión que tuvo lugar el mismo año de la revolución rusa. El comité de selección tenía que haber apostado por algún discípulo de Luis Eduardo Aute que pusiera en pie la letra de Forges: adiós Inés de Ulloa, me voy para Lisboa.

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