NO ha sido la semana pasada de perros, más bien de gatos. Por complejas razones, aunque de ellas, las que más me han pesado en el ánimo es el anunció del cierre de la Tetería 4 Gatos, de mi amigo Jota, en la calle Ancha algecireña.

Un cierre, como un cerrojazo, es un portazo a lo que fue. Cuando se echan candados a las fábricas se disuelven esperanzas y proyectos y cuando se desmantela un local donde se convive, como es el caso, se cierran las puertas ya no a una oferta gastronómica sino a un plus de convivencia y de ocio, que en esta Tetería tenía a su vez el complemento del arte.

Jota ha dicho basta y sus razones tendrá. Nada es eterno y todo lo que se engendró en un buen día hace ya 18 años perduró lo que tenía que perdurar y la historia particular de cada uno pues se escribe según los intereses o las circunstancias del momento. Sin embargo, 4 Gatos no era sólo de Jota, su dueño y creador. Éste era un local que rezumaba experiencias privadas, punto de encuentro y lugar donde era posible compaginar la familiaridad con un planteamiento de convivencia que se pierde.

Como decía, 4 Gatos, tiene connotaciones especiales para el que les habla. Dos recuerdos imborrables que les voy a desvelar como premio a los pocos lectores que tienen la santa paciencia de leerme en estos lunes deportivos. El primero tiene que ver con su alumbramiento y sus primeros pasos justo frente a la que fuera la primera redacción de este diario en la calle José Antonio. No puedo olvidar como los redactores de entonces del diario arrancamos de Juan Carlos Jiménez Laz, nuestro primer director, su comprensión para que un grupo más numeroso que pequeño del personal nos pudiéramos tomar unos minutos para bajar y tomarnos un te en la tetería de Jota. ¿Recuerdas Ildefonso? ¿Qué tiempos? Nos reíamos, arreglábamos los desaguisados que no solventábamos entre las mesas y las pantallas de por medio y comentábamos de lo divino y de lo humano. Tardes y más tardes, cuando regresábamos al centro de trabajo lo hacíamos con los alforjas más repletas de ideas. Jota trasladó 4 Gatos y aquella tradición se terminó. Los locales llamados a sustituirle fracasaron.

Mi segunda experiencia es aún más personal. Allí me senté por última vez con mi amigo Tete, junto a su madre, Conchi, y con Montse, su pareja. Tomamos te y tarta de chocolate y él, en su silla de ruedas, me hablaba de proyectos, de ideas y de todo aquello que compartimos los cuatro. ¿Quién, en mi situación, puede olvidar el escenario de ese postrer encuentro?

A Jota le tengo que dar las gracias por todo ello y también por ser pionero en ofrecer su local para los artistas, aquellos que han podido colgar sus obras de arte y han encontrado en él la oportunidad de abrirse al mundo. Con 4 Gatos se cierra un capítulo a lo mejor modesto de la vida de la Algeciras de hoy pero, para mí, se abren para siempre los horizontes más diáfanos de los huecos de la memoria para que no fallezcan nunca. Gracias y hasta siempre.

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