Europa

Se ha cumplido, una vez más, el vaticinio de Ortega hace casi un siglo: en la cuestión catalana, la solución pasa por Europa

Cuando la inmediatez deje de ser la tónica para enfrentarse con los sucesos de Cataluña y haya tiempo para apreciar la labor de unos y otros, no deberá olvidarse el apoyo primordial prestado por las instituciones europeas. Una ayuda que resultó básica en momentos en los que la iniciativa parecía estar en manos secesionistas. Un titubeo, una división de opiniones, un atrevido consejero mediador, hubieran abierto una fisura pronto manipulada por los que habían puesto en el reconocimiento exterior todas sus esperanzas. Pero la respuesta europea ha sido unánime en solidaridad con el socio en apuros, quizás porque casi todos vieron que el caso español anunciaba algo que de una u otra forma, un día u otro, también podía afectarles. Con ello se ha cumplido, una vez más, el vaticinio de Ortega, escrito hace casi un siglo: en la cuestión catalana, la solución, la salvación, pasa por Europa. Y el nacionalismo por ahí debería haber canalizado sus ambiciones si hubiera buscado respuestas lúcidas, a la altura de estos tiempos, en lugar de ofuscarse en un particularismo étnico e insolidario. Y ahora Cataluña se mantendría como la tierra cultivada -que antes fue-, impulsora de nuevas ideas europeístas y no arrastraría una larga cadena de rencores trasnochados y frustraciones.

Europa, como modelo de convivencia, ha sido, pues, parte de la salvación y para que continúe desempeñando ese papel de referencia actual e ineludible, hay que difundir la imagen de sus valores más culturales y limitar el poder de sus planteamientos economicistas. Debe convertirse, por tanto, en foco prioritario de reflexión y análisis. Y en ese aspecto, los pensadores e historiadores españoles han permanecido algo rezagados, al poner su empeño, en los últimos años, en promover y recuperar, con otro sesgo, la historia española de los dos últimos siglos. En efecto, se han publicado espléndidos ensayos desenmascarando las manipulaciones del nacional-populismo y la prensa de opinión ha logrado un excelente nivel crítico, pero quizás ha llegado también la hora de articular esa revisión regeneracionista con lo que significa Europa como punto de partida común y estímulo intelectual. Y esta preocupación europeísta debe surgir no solo como agradecimiento por su calor en estos días de trances difíciles para España, también para que en lo sucesivo preste igual servicio a otros países en dificultades.

El 2018 será el año de la Cultura en Europa. Será buena ocasión para comprobar hasta qué punto esas dos palabras se superponen en un mismo mapa.

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