Una Europa muere con Kohl

El canciller desaparecido fue muy amigo de Felipe González y nunca tuvo buena química con Aznar

Hay una Europa que muere con Kohl. Se cierra la página dorada de la democracia cristiana, ideología preponderante entre los fundadores de la UE, que casi ha desaparecido; eliminada en Italia y convertida en secundaria en Holanda y Bélgica. Sólo en Luxemburgo y Alemania hay partidos con marca democristiana y tendencia conservadora, alejados de la doctrina que hizo posible que esta familia política y la socialdemócrata crearan ese extraordinario invento europeo que es el estado del bienestar.

Eso significaba Kohl. Además simbolizaba la unificación alemana, que realizó con audacia tras la caída del muro de Berlín. Y representaba como nadie la solidaridad interior de la Unión Europea. Tenía asumido que al ayudar a países menos desarrollados, cumplía con la cohesión, compensaba el desarme arancelario y aumentaba los clientes de los productos germanos. La solidaridad, como la caridad, la empezaba por sí mismo.

Estuvo en el poder 16 años, en los que ejerció un liderazgo colaborativo de la UE con Mitterrand y otros actores, entre los que destacó su amigo Felipe González. Su complicidad fue privilegiada. España y Andalucía le sacaron gran rentabilidad: por ejemplo con la duplicación de los fondos estructurales europeos por dos veces en 1988 y 1992. Ese feeling no lo tuvo con Aznar. Acudió a disgusto a Bruselas a una forzada reunión del Partido Popular Europeo en vísperas de las elecciones españolas del 93, montada con el único objeto de hacer una foto muy descompensada: la del 1,93 de Kohl con el 1,71 de Aznar, 130 contra 65 kilos.

Para intentar mejorar su química, cuando Aznar ganó 1996, el canciller le invitó a su región natal de Renania Palatinado y lo llevó a Heidelberg, en cuya universidad estudió. Acabaron un tour amigable en la cervecería favorita de Kohl, donde les sirvieron dos pintas de cerveza negra. Pero ante la consternación de los presentes, Aznar puso mala cara y tras unas breves explicaciones a él le trajeron una caña de cerveza rubia. No se produjo ni física ni química...

Llevaba regular su gordura: en la primera cumbre de la OTAN a la que acudió, Bill Clinton se le acercó campechano y le dijo que ellos eran los dos gordos de la reunión; comentario que dejó un gesto serio en el canciller. Su humanidad le permitía sin embargo hacer de ariete. Contemplé una llegada al bruselense Palacio de Egmont en la que de un solo golpe de deshizo de una docena de periodistas y cámaras. El poderoso Kohl se ha ido. Nos deja un poco huérfanos.

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