Cuando esta semana impartía la clase de respiración, relajación y meditación, sugerí a los asistentes como práctica, una vez saliésemos de la sala y volviésemos a conectar con el exterior, prestar atención a las cosas sencillas que el día a día nos ofrece y a las cuales no les damos el valor que realmente merecen.

Esta manera de pensar nuestra es contraria a la sencillez y la austeridad y en ella no dejamos de acumular, sea lo que sea: bienes, información, rencores, amigos en las redes… Que vivimos en una sociedad tóxica y nociva no es necesario casi ni decirlo ya que todos lo sabemos. Nos incitan a comprar y a poseer y a tirarlo todo para volver a comprar ya que lo anterior pasó de moda.

Cuando cerré la cuenta en Facebook, al contrario de lo que creía, no me pesó en absoluto. La sensación que tengo es la de haberme liberado de un grillete y dar el paso me ha permitido tener más tiempo para ocuparlo en cosas que considero merecen mucho más la pena. Y una de ellas es poner atención a cómo te llegan y te afectan las situaciones de esta pantalla gigante que es la vida. He descubierto que una vez que te deshaces de lo superfluo descubres que en la sencillez está lo verdaderamente grandioso: el canto del pájaro, la lluvia en la cara, la bella flor que nace en una grieta, la sonrisa de los niños, un paseo, el caracol en el camino, el sonido del cencerro de la vaca, la lagartija verde brillante que huye, la voz de un ser querido, su abrazo… y un sinfín de cosas más que no aparecen en los catálogos de propaganda.

Hay un proverbio que dice "estar satisfecho es como tener un tesoro en la palma de la mano" Y qué razón que tiene; la perpetua insatisfacción es enfermiza.

Sin duda, en este inacabable trabajo del autoconocimiento, de las cosas que más me han costado ha sido el desapego; y más que a lo material, a lo emocional. Llegar a entender que no sentir apego no significa amar menos a los demás sino amarlos mejor y tal como son, sin esperar nada a cambio.

Aligerar lo material, aligerar las ocupaciones, aligerar la mente, liberarse de las etiquetas, simplificar nuestros pensamientos y nuestras palabras y preguntarse qué es realmente lo esencial, son los auténticos pasos a seguir para dejarnos seducir por las cosas sencillas que son las que realmente sosiegan.

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