Adelantado el fin de curso por las fechas del Rocío, los estudiantes de 2º de Bachillerato empiezan ya a preparar la nueva PBAU, prueba que ha sustituido a la llamada Selectividad cambiando de nombre para seguir prácticamente como estaba. El simulacro ha servido para tener desorientados a profesores y alumnos durante buena parte del curso, con daños colaterales en los currículos de algunas materias. No importa demasiado: en la enseñanza estamos acostumbrados desde siempre a lidiar con los cambios, muchos de ellos acompañados de un agudo enfrentamiento político y un abultado debate social.

En este sentido, el caso de la Lomce no ha sido distinto. Es bueno que la discusión acompañe los cambios que se decidan en el sistema educativo, porque nos lo jugamos todo ahí: la educación está conectada con el futuro, con el tipo de sociedad que buscamos, con los valores ciudadanos que queremos. Por eso es tan absurdo que el grueso del debate educativo se centre en asuntos periféricos. Claro que tenemos que innovar en las formas de enseñar y aprender, pero lo decisivo no se juega en las competencias, estándares o lo que al próximo pedagogo se le ocurra, sino en qué se enseña, qué se aprende, para qué y al servicio de quién.

Nuestros alumnos (y alumnas, para que los de coeducación de la Junta no se enfaden) aprenden a ser buenos productores y consumidores, en un contexto marcado por la precariedad que no les dejará mucho tiempo para ocuparse en cultivar su espíritu crítico. Aprenden a ser constantemente sometidos a evaluaciones externas (ellos mismos, y los centros en los que estudian), y a continuación clasificados como le interesa al sistema -la nota de corte le corta la vida a más de uno-. Y están desconectados de muchas de las problemáticas sociales a las que tendrán que enfrentarse. ¿Cómo afrontarán en el futuro el hundimiento de la democracia tal como la conocemos, los movimientos migratorios que no han hecho más que empezar, la crisis ecológica que nos obligará a vivir de otra manera…? De todo esto, la escuela no quiere saber nada.

Querremos ciudadanos honestos, participativos y autónomos, pero les enseñamos individualismo, competitividad y sumisión, aunque no exista asignatura alguna con esos nombres. No hacen falta tantos cambios en educación, que se lo digan a los que han terminado 2º de Bachillerato. Lo que necesitamos, cada vez con más urgencia, es una educación para el cambio.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios