La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Echeverría o la admiración moral

La admiración moral que despierta Echeverría es tan importante como el heroico gesto que la desveló

El héroe inyecta en la peor tragedia algo positivo, como si su acción fuera una alquimia capaz de transmutar lo peor del ser humano en lo mejor. Lo peor en este caso son los tres fanáticos islamistas que asesinaron en Londres a ocho personas. Lo mejor es el valor del español que se enfrentó a ellos desarmado para intentar salvar la vida de una mujer. Lo pagó con su vida porque mientras atacaba al terrorista con su monopatín fue apuñalado por otro por la espalda. Imposible saber cuántas vidas, además de la de la mujer, se salvaron gracias a este asombroso gesto de valor que antepuso la racionalidad humana al instinto de conservación. Fue un reflejo. Pero no en el sentido de lo que se produce involuntariamente como respuesta a un estímulo, y no sólo en el de la capacidad para reaccionar rápida y eficazmente, sino en el de poner de manifiesto y mostrar algo. El acto de Ignacio Echeverría fue el reflejo en un instante de un carácter, unas creencias y una vida. En esos segundos o minutos en los que vio, decidió, socorrió y murió se condensaron y cumplieron todos sus años de vida, todo en lo que había creído y todo por lo que creía que valía la pena vivir. Un reflejo, sí, pero de una personalidad entera que nos admira.

"La admiración de que hablamos -escribe Aurelio Arteta en su gran libro La virtud en la mirada (Ed. Pre-Textos)- es el sentimiento de alegría que brota a la vista de alguna excelencia moral ajena y suscita en su espectador el deseo de emularla [porque] exhibe las mejores posibilidades humanas… Se admira esa virtud que la humanidad puede (porque alguien la ha plasmado) y, por tanto, de la que también uno mismo es capaz. Es verdad que la superior estatura del más noble podría humillarnos; pero resulta un riesgo menor al lado del contento con el que, al celebrarla, nos sabemos habitantes de un mundo que alberga también a seres magníficos".

El mejor mensaje que Ignacio Echeverría nos deja es que estamos rodeados de héroes anónimos, de tipos extraordinarios que, por ser mejores que nosotros, nos invitan a ser mejores de lo que somos y a no incurrir en ese superficial pesimismo con respecto a la naturaleza humana que tan mentirosamente se presenta como realismo. La admiración moral que despierta su personalidad es tan importante como el heroico gesto que la desveló. Debió salvar unas cuantas vidas, pero iluminó muchas más.

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