Desconectados

Cuantas más veces nos dicen que no se puede permanecer al margen, más tentados estamos de retirarnos del todo

Perfecto símbolo de la sociedad globalizada, la red de redes se ha convertido, por usar la venerable imagen del persa, en el gran tablero donde se juegan todas las partidas, un escenario virtual que ocupa cada vez más el espacio -y también el tiempo- del mundo verdadero al que aparentemente remite, aunque las fronteras entre la realidad y su simulacro parezcan difusas y no sepamos ya si lo que vemos o leemos al otro lado de la pantalla es un correlato fiel de lo que sucede o el espejo deformado del más genuino esperpento. Cuentan que departamentos enteros de desinformadores trabajan en la sombra para difundir una visión distorsionada de los hechos, pero es el propio medio el que ofrece las herramientas para hacer de cualquiera, en el modesto ámbito de sus relaciones, un impostor o un falsario.

"No olvides que es comedia nuestra vida / y teatro de farsa el mundo todo", dicen los versos de Quevedo que a juicio de algunos estudiosos inspiraron a Calderón el título y la materia de su célebre auto, aunque el tópico del theatrum mundi se remontaba a la Antigüedad en la que fue utilizado tanto por los estoicos como por los teólogos cristianos. En nuestro mundo hiperconectado, sin embargo, la vieja duda platónica no se referiría ya a las formas terrenas por oposición a los arquetipos ideales, sino a la proyección que aquí mismo ha sustituido las primeras por una suerte de universo paralelo donde las cosas son de mentira. Sigue cabiendo la sospecha de que encarnemos a simples marionetas manejadas por el demiurgo, pero hemos además multiplicado los hilos hasta enredarnos nosotros mismos en una madeja indescifrable.

Incluso los objetores, a poco que relajemos la guardia, nos vemos inmersos en ese submundo acelerado que entre otros efectos nocivos, sumados a la capacidad intoxicadora de las mil fuentes disponibles, ha tenido el de casi erradicar la lentitud o las benditas horas en blanco. Hasta hace no tanto era posible -no es que ya no lo sea, pero cada vez se hace más complicado- escapar del ruido como el que apaga el interruptor de un dispositivo, pero sabemos ahora que si lo hacemos ahí fuera se acumulan las noticias contrastadas o ficticias y los mensajes irrelevantes o valiosos y todo ese trasiego de datos indiscriminados que puede provocar, en las personas menos autoconscientes, una especie de dependencia o de ansiedad insuperable. Cuantas más veces nos dicen que no se puede permanecer al margen, más tentados estamos de retirarnos del todo para habitar en exclusiva la realidad tangible.

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