Dar la razón

Se puede disentir de la querencia a dar la razón, pero no acusarla de ser una facilidad o una cobardía

Ajorge Luis Borges le pasaba como a los japoneses y a mí como a Jorge Luis Borges: preferimos que el otro tenga razón. Una señora le llamó "José Luis", y le pidió un autógrafo. Él firmó "José Luis Borges" sin rechistar, por galantería. Más tarde se preguntaba, incluso, si no tendría razón aquella señora, porque "no urge repetir el sonido 'orge'".

Quizá extrañe en mí porque se tenga la idea de que yo defiendo las mías a capa y espada. Pero si se fijan son siempre o principios básicos de Derecho Natural o evidencias de sentido común o dogmas desvalidos de la Iglesia. Mío, mío, nada. Me pasé seis años fingiendo ser hiperglucémico porque el del bar de mi instituto, al ver que tomaba café con sacarina (por mi régimen de adelgazar, que consiste en eso y en la coca-cola zero), infirió que era diabético. No me pude tomarme un bollo hasta que aquel señor se jubiló. He pasado por vanidoso porque jamás discuto un elogio, aunque tampoco disiento de ninguna crítica.

No es todo apacible. Cuando alguna vez, tras tanto dar la razón por defecto, he tenido que quitarla, impelido por una ley o porque se hacía una injusticia a otros si yo no susurraba "no", ha parecido que vulneraba unos derechos adquiridos. Pero eso son gajes del oficio.

Cuando lo paso peor es en verano, con el amontonamiento en que nos movemos en estos momentos. Bajo a la playa y alguien me dice que hace calor y que qué bien porque ya estaba harta de pasar frío con tanto poniente. Le digo que sí, naturalmente, faltaría más. Toda esa conversación ha tenido lugar por mi flanco de estribor. De pronto, por babor, me aborda otra amiga: "¡Qué calor insoportable!" Ahora diría que desde luego. Incluso estaría dispuesto a asentir a una conjetura sobre el cambio climático. Pero observo con el rabillo de mi ojo derecho, que la amiga primera, la friolera, no me quita ojo (el izquierdo, con su oreja correspondiente). No puedo darle la razón a la termofóbica, siquiera sea por el principio jurídico "Prior in tempore potior in iure". La falta de espacio dificulta la cortesía.

Procuro construir un consenso: "Sí que hace calor, un poquito demasiado, pero así podremos bañarnos con más ganas, y eso es bueno, ¿no?". Veo miradas de estupor a un bordo y a otro. Acorralado, no me queda más remedio que refugiarme en una sinceridad muy sentida: "Más que el calor, lo peor del verano son las aglomeraciones, ¿no os parece, eh, a las dos?"

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