No había que ser adivino para intuir, que tanto ustedes como yo teníamos la mosca detrás de la oreja contemplando los atentados yihadistas en serie por ciudades europeas. La pregunta de cuándo nos tocaría a nosotros ya ha sido contestada por una pandilla de asesinos en Barcelona. Todos conocemos la secuencia: los terroristas abatidos o en la cárcel, las víctimas enterradas o en el hospital, los lugares luctuosos llenos de velitas y desgraciadamente, a esperar el próximo atentado. Se ha ponderado la actuación de los Mossos, calificándola de brillante. Bien está darle ánimos a la policía que tiene que lidiar con el marrón, pero lo verdaderamente brillante hubiera sido detener a los terroristas antes de que cometieran el atentado.

Aunque los análisis nunca se deben hacer en caliente y no olvidando que los auténticos culpables son los terroristas, un par de cosas he observado en esta tragedia y no me resisto a compartirlas con ustedes. La primera es que el terrorismo en España lo tiene más fácil que en otros lugares. Aquí un terrorista se puede enfrentar a la Guardia Civil, al Cuerpo General de Policía, al CNI, a la Ertzaintza, a los Mossos, al resto de Policías Autonómicas, a las Policías Locales, al Servicio de Vigilancia Aduanera, a las Policías Portuarias y a la Vigilancia Privada. Una coordinación perfecta de los flujos de información entre ellas es prácticamente imposible. Nada más hay que mirar cómo gestionan la lucha los países de nuestro entorno. Unificar en un solo cuerpo la lucha antiterrorista es imprescindible. Si hay que superar trabas políticas o corporativistas hágase en buena hora, porque el asunto es lo suficientemente importante como para andar especulando entre galgos y podencos.

Otro tema preocupante. Nos felicitábamos porque en España la ultraderecha, no existía formalmente. Bueno, pues si simplemente nos hemos asomado al balcón de las redes sociales habremos comprobado los miles de mensajes, chistes y soflamas contra la comunidad islámica en nuestro país. La falta de un debate formal sobre la emigración ha mantenido oculta la indignación, por ejemplo, por el posible abuso de la utilización ventajista de los servicios sociales que pagamos entre todos. Pues bien, ya hay masa crítica para que un tunante con buena parla levante la bandera y nos la líe a moros y cristianos y no los vamos a frenar llamándolos simplemente, como hasta ahora, racistas.

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