Daneses y magrebíes

Con referéndum o sin él, el país se encamina a la doble velocidad en la gestión de recursos, para alegría de catalanes y vascos

En unas recientes declaraciones a un programa de radio, el alcalde socialista de Blanes (Gerona), Miguel Lupiáñez, ha defendido el referéndum que nos quieren colar desde allí arriba sobre la independencia de Cataluña, frente a la posición oficial (al menos hasta ahora) de su partido. Lo anterior no sería demasiado noticioso si tenemos en cuenta la desorientación que desde hace años afecta al Partido Socialista en este tema, pero la polémica ha venido con la justificación posterior: la sociedad catalana se caracteriza por su espíritu de construcción, esfuerzo, compromiso y responsabilidad, ha venido a decir, y por eso envidia la calidad de vida de otras regiones que, se supone, no tienen las mismas cualidades. Pasa igual con Dinamarca frente al Magreb, concluía tan tranquilo, mientras sus correligionarios no daban crédito a la barbaridad.

En realidad, las declaraciones del alcalde no son más que otra muestra del camino equivocado que tomó el PSC allá por los tiempos del tripartito con la aquiescencia irresponsable de Zapatero. Los socialistas catalanes, tan necesarios como los vascos en el difícil equilibrio entre las comunidades históricas del norte y las deficitarias del sur que ha protagonizado nuestro desarrollo durante el final del siglo XX, han perdido su posición central de dique que tanto bien le hizo al Estado cuando era la referencia de tantos votantes del cinturón industrial de Barcelona que, si bien no eran nacionalistas, tampoco participaban del españolismo más primario que representaba el Partido Popular allí. Si hoy el PSOE es un partido sin relevancia casi más allá de Andalucía, es sobre todo por los vaivenes ideológicos a los que somete a sus potenciales votantes.

No parece que esta deriva nacionalista de segundo orden vaya a parar con la actual dirección del Partido. Desde que recuperó el poder, Pedro Sánchez no hace más que apelar a la repetida "nación de naciones" como bálsamo para aliviar la ofensiva nacionalista que parece no tener fin, y de paso destensar sus procelosas relaciones con Podemos. La única triste verdad de toda esta comedia es que, con referéndum o sin él, el país se encamina a la doble velocidad en la gestión de recursos, para alegría de catalanes y vascos, con Madrid sin perder ojo. Y veremos si al final no van a ser los pobres magrebíes los que acaben pagando las pensiones de estos daneses mediterráneos.

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