Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Contratos con manteca 'colorá'

HABLEMOS primero del contrato y luego de los camareros de la manteca colorá. En el plano de la ciencia política, que los inmigrantes tengan que suscribir un "contrato de integración" para vivir en España, como ha propuesto Mariano Rajoy, es una teoría admisible. Mucho antes que Rajoy, Thomas Hobbes, John Locke y, por fin, Jean Jacques Rousseau dieron por sentado, como teoría política, que los hombres, a cambio de vivir en sociedad, firmamos un "contrato social" en el que renunciamos al estado de "inocencia natural" y acatamos las reglas de convivencia.

Sin embargo, respecto a Rajoy, la teoría contractual clásica tiene dos importantes matices. Primero, el contrato es un contrato implícito -es decir, teórico- y, por tanto, no se debe tomar tan literalmente como para pensar que los gobiernos han de obligar a los individuos a firmar un documento como si fuera una hipoteca o un contrato mercantil. Y, segundo, que dichas normas de convivencia son universales y no parciales, prejuiciosas ni arbitrarias.

Sería discriminatorio, y rompería el propio concepto de contrato social, imponer a una parte de la población un contrato complementario para garantizar, como dice Rajoy, su integración; es decir, su sometimiento a las normas generales de coexistencia (las leyes), pero también a las secundarias; es decir, a los hábitos, las tradiciones, etcétera. Y aún más segregacionista, que fuera un contrato explícito; es decir, un documento con sus cláusulas, plazos y compromisos detallados, pues entonces tendríamos una sociedad formada por dos grupos: el de las personas libres y el de las contratadas. Sólo faltaría para darle a la propuesta un tono más burocrático crear un rango intermedio, el de Personas No Numerarias (penenes).

Además, la redacción del contrato entrañaría una dificultad invencible: establecer la relación casi infinita de normas a respetar. ¿Cuáles serían esas costumbres? ¿Cuáles descartaríamos? ¿Con qué criterio? Me parece aberrante la mera hipótesis de obligar a los inmigrantes a firmar un contrato con más compromisos que los que establecen las leyes (incluidas las leyes específicas de inmigración). Y si se aduce que sólo contemplarían las obligaciones ya reguladas, sería un contrato superfluo.

Y ahora, los camareros antiguos. Las declaraciones de Arias Cañete añorando los tiempos en que había camareros "de verdad" (es decir, no inmigrantes), capaces de teorizar sobre la tostada de manteca colorá y el cortado, dan repelús. Más incluso que el contrato de integración, pues no hay xenofobia más dañina que la tabernaria.

(Menos mal que, como dice el Papa, el Infierno no está vacío).

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