Estamos muy acostumbrados a vivir en esa falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos y es algo que curiosamente solemos reprochar más a los demás que a nosotros mismos. En el caso de que se pudiese constatar, sería abrumadora la discrepancia que existe entre las palabras y los comportamientos privados. Solo hay que asomarse al descomunal mundo informativo para poder tomar nota de la multitud de absolutas incoherencias repartidas por el planeta. Es desolador descubrir día tras día los privilegios que el poder otorga. No es cuestión de pedir que todos nuestros representantes sean perfectos, pero sí pedirles al menos una cierta coherencia y lo que exigen de nosotros sean ellos los primeros en cumplirlo. Que cuando tengan que reconocer sus imperfecciones las confiesen o que por lo menos desaparezcan y dejen de darnos lecciones intentando convencernos de lo que resulta injustificable.

Ante todo deberíamos ser coherentes con nuestros ideales, valores y compromisos. Y de estos tres actos nacerá una fidelidad que será capaz de resistir todas las tentaciones y facilidades. Y antes de nada, saber bien lo que elegimos y ser honestos para reconocer si valemos para ello. Si algo falta en muchos de los oficios más primordiales es una profunda vocación, solo así se conseguirá no ir haciendo concesiones hasta acabar envueltos en todo lo contrario a lo que en un principio estábamos enfocados a hacer.

Durante la mayor parte del día interpretamos un papel para protegernos, para no decepcionar, para cumplir con las expectativas. Este innumerable cambio de disfraces, este complacer a costa de anular nuestra verdadera esencia nos deja vacíos. Y una vez metidos en esta vorágine, ¿qué hacer? Propongo comenzar por ser más sinceros con nosotros mismos y ser capaces de atraparnos en nuestras propias mentiras. Apenas decimos lo que realmente pensamos o sentimos, estamos condicionados por seres que se mienten igual que nosotros mismos nos mentimos. Y lo hacen por el mismo miedo que nosotros tenemos, que no es otro que el que nos juzguen o nos traicionen.

Tratar de mantener la coherencia conlleva hacer un poco de limpieza e ir tirando muchos de los disfraces, principalmente ese que nos impide admitir nuestros errores para así poder empezar a mostrarnos como realmente somos. A fin de cuentas no hay nada más enriquecedor en la vida que esforzarnos en progresar y no creerlo ya todo alcanzado.

Demasiados ya los que practican el principio de "haz lo que yo digo, pero no digas lo que yo hago".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios