Hace unos días se celebró el no sé cuántos aniversario del nacimiento del movimiento hippie; en el audio de la televisión escucho una frase impactante: "No vayáis a la Universidad ni hagáis estudios de posgrado". ¡Hace 50 años!

Me pregunto si la frase tendría validez hoy día. Quien la pronunció no pudo imaginar lo que posteriormente vendría y admitiendo la limitación de la observación al caso español, la realidad no puede ser más preocupante. Sí, sí, ya sé que no todos los jóvenes son iguales, faltaría más, pero la realidad es que no hay reunión familiar en la que zombiniños no estén absortos con su smarphone durante horas, ni terraza de bar, ni vagón de metro donde deje de apreciarse cuánto ha invadido nuestras vidas el dichoso aparatito. Whatsapp y Facebook tienen más éxito que El Fary en la sala Xenon.

Nuestros jóvenes que tienen éxito son los fugados del sistema educativo; quienes fueron víctimas del mismo sobreviven con salarios de miseria; ser un mileurista es hoy sinónimo de éxito.

Postgrados a precio de oro que no sirven para nada, salvo acreditar pedigrí como quien luce un Rolex o una Harry Winston.

Si no servirán para nada, que en un programa de televisión veo y escucho a una MBA por el IESE cómo enseña su dentadura y argumenta que a su papá le ha costado más el máster que los dientes. Para colmo la muchacha es directiva en activo, no se puede ser más idiota.

Disfrazados de gatos seguimos siendo ovejas. El miedo a lo emocional de los de la generación del hippie, hoy papás-oveja, permiten a sus vástagos levantarse a las tres instantes antes de convertirse en camareros. La excusa de ambos es que todo está muy mal.

Uno mira para atrás, pasada la frontera de los cincuenta y se da cuenta de que hemos ido a peor. Los pastores se percataron de que enviar al perro no era la solución; se trataba de domesticar al gato. Pero se nos ha ido la mano.

Y sí, sí, no todos son iguales, faltaría más, pero nos invade el terror a enfrentar el lado chungo de la vida; lo que más queremos. El consumismo y la permisividad lo han acabado diluyendo casi todo.

El hippie no se refería a eso y además tenía una ventaja: era hijo de una sociedad, a la que pertenecía, en auge en casi todos los sentidos. Hoy está chungo; se nos cayó el disfraz. Ovejas líquidas, que diría Bauman. A diferencia de hace 50 años, hemos pasado de la protesta a la resignación.

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