COMO si estuviéramos celebrando alguna cosa, días atrás compartí mesa y mantel con unos cuantos viejos amigos socialistas, senadores y alcaldes por más señas, y con Sergio González Otal cuya amistad, como sabe todo el que me conoce, es algo entrañable, perdurable y sólido. Fue en Casa Perico, en la calle Ballesta, un lugar que todo español con sentido de su propia identidad debe conocer. Perico es un producto del Madrid verdad y su casa ha desafiado al tiempo y a las tempestades urbanas, sobreviviendo a todos los envites de la degradación que ha sufrido el centro de la capital y que parece ya estar retirándose de ese formidable legado histórico que como una arteria vigorosa serpentea entre Chueca, Sol y las Correderas. La proximidad a la sede central de la Cadena Ser, a la legendaria casona del treinta y dos de la Gran Vía, ha contribuido no poco a que la clientela de Perico se enriquezca con la fauna intelectual, se aderece de artistas y adquiera una atmósfera de bohemia que es ya muy difícil de encontrar do quiera que sea la parte. En unos pocos días, casi con seguridad antes de que acabe el año, el Consejo de Ministros aprobará la concesión de la Medalla del Trabajo al "hermano Sergio" que es como llamamos Juan Guerrero y yo a este personaje irrepetible y sin precedentes del mundo inmenso de la radio. La cocina de Casa Perico es como todo aquello, único y singular, tradicional y con muchísima solera. La batuta mágica de esa cocina, la conduce la mano de Nines, una mujer que parece criada a fuego lento. El lugar no precisa publicidad alguna, ya nos ocupamos de ello los que lo conocemos bien, y en esta trouppe de comensales satisfechos hay tanto escribidor que esta especie de taberna dieciochesca que parece dispuesta a trascender más allá de la finitud y de la moda, impertérrita y anclada en su propia peana, sale cada dos por tres en publicaciones y medios de todo tipo y hechura. Como a Perico se le ocurra aproximarse, lo que es bastante probable que suceda si la hora del instante está fuera del alcance de las masas, el privilegiado comensal podrá saber del paisanaje variopinto que ha vivido este pequeño y ensortijado templo del bien comer y del bien estar, plantado en el triángulo de Ballesta hacia donde empiezan a mirar los inversores con sus ojos de pícaros bien entrenados. La taberna se abrió allá por el cuarenta y dos y es muy conocida por estos pagos nuestros. Pocos habrá que frecuentando a Sergio no la hayan visitado. El lujo de tener entre la clientela fija, a este grande de la relación que hace años fue distinguido con el nombramiento de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Algeciras, en sesión solemne de su ayuntamiento, ha hecho que Casa Perico nos pertenezca un poco a los algecireños. La otra noche nos acompañaba el alcalde de Almonte y el de Sabiñánigo, como si con ello se quisiera señalar la españolísima universalidad de la estancia. Del Pirineo al latido de El Rocío, del frío seco de la montaña aragonesa al calor húmedo de la costa andaluza.

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