Es necesario disponer de tiempo para uno mismo y si es en contacto con el maravilloso entorno del que disponemos, mejor que mejor. Por delante de casa hay un largo paseo de esos que solemos llamar "ruta del colesterol". Y familiarmente se le llama así porque es una necesidad la que tenemos de asociar la caminata a la salud del cuerpo, que es lo que en el fondo más nos importa; esos marcadores en la analítica que nos ponen a prueba. Pero si lo pudiésemos llamar de algún otro modo yo también lo llamaría "ruta de la meditación", ya que no debemos olvidar que el cuidado mental y el emocional son tan importantes para la salud como mantener a raya el colesterol. Y lo mismo que nos privamos de grasas nocivas, también debemos hacerlo de malos pensamientos. Y parece que con aire más puro y paisaje más natural las cosas se sienten de otra manera.

Caminando es un buen momento para dejarse sentir porque tan importante es que el corazón haga ejercicio como que de vez en cuando haga un examen de conciencia; tan saludable es comer con moderación como evitar tragárselo todo; tan dañino es que contaminemos nuestro entorno con nuestras porquerías, llámense: plásticos, escombros, colillas, vidrios… que echárselas a otros, llámense: culpas, insultos, exigencias, juicios... Tan importante es vivir tu propia vida como evadirte en un buen libro y vivir otras inventadas que te enseñen de la tuya propia. No es suficiente para mantener la salud tener cuidado con lo que echamos en nuestro carro de la compra, es fundamental saber qué echamos en nuestro carro de la vida.

Son muy distintos los paseantes que transitan esta ruta: los hay solitarios, están los que solo gastan calorías, muchos jubilados que le dedican al paseo gran parte de su tiempo, están los que los sacan a pasear sus mascotas, los que presumen de cuerpo, los que caminan cansados…

Caminar proporciona una experiencia plena que nos hace encontrarnos mejor al final del trayecto. Para mí, lo mejor es la caminata solitaria por la naturaleza. Más que la ruta me gustan los carriles y las veredas: te ofrecen recogimiento y un silencio más verde. Allí puedes beber del entorno sin saciarte y abrir el pecho a cualquier nueva sorpresa. Es una placentera meditación en movimiento ya que mientras te embriagan los colores, aromas y sonidos de las distintas estaciones, la mente se aquieta y, sin peso, te sientes una pequeña parte del todo.

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