Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Bigote incorrupto

Salvador Dalí descubrió muy pronto que dar el cante en cada momento otorgaba sentido a su vida

Si lo relevante de Dalí es el bigote, según se desprende de lo que destacaron muchos medios nacionales e internacionales al dar cuenta de la exhumación de los restos del artista la semana pasada gracias a la revelación del forense Peñuelas -"el bigote preservaba su clásica postura de las diez y diez, comprobarlo fue un momento muy emocionante"-, de los Beatles tendrá que ser el impagable flequillo estilo paje que lucieron durante algunos años los cuatro de Liverpool; de Cervantes su falsa manquera, de Valle-Inclán la premonitoria barba hipster y de Beckett sus facciones de águila; de Beethoven sus orejas enfermas, de Hitchcock su barriga sin suspense y de Picasso esa calva tan concreta; de George Best su hígado cirrótico, y de Peter Lorre y de Bette Davis sus ojos de batracio, y de Errol Flynn… bueno, de Errol Flynn está claro: eso que también usaba para tocar el piano en aquellas fiestas insaciables del Hollywood más babilónico.

Orwell dijo acerca del autor de El gran masturbador que era una persona irritante, pero que esta condición no debería solapar su excelencia como pintor. Feliz cada mañana al levantarse y confirmar que él (y no otro) era Salvador Dalí, el catalán descubrió muy pronto que dar el cante en cada momento otorgaba sentido a su vida, así que encontró en la extravagancia la vía más corta y rápida para extender su celebridad -la televisión le facilitó además un atajo- entre el gran público, es decir, entre aquellos a los que no se le ha perdido nada en un museo, ni en un teatro, ni en una librería y en cambio salivan con el despiporre o el infortunio, pero sobre todo con los vicios más mundanos, de ilustres e ilustrados. Ya saben: no han leído ni medio párrafo de Vargas Llosa pero se lanzan en picado sobre las crónicas de su coyunda con Isabel Preysler y el consiguiente bochinche en la familia del Nobel.

Un personaje del Ulises de Joyce dice: "Cuando leemos la poesía de Rey Lear, ¿qué nos importa cómo vivió el poeta?". Está claro que falló. A la gente -no sé si a la de antes pero sí desde luego a la inmensa mayoría de la de esta época- le importa un comino el rey Lear. Que le den. Les pone mucho más saber si Shakespeare era parguela o si se iba de putas. Así. Y de Dalí -"Si muero no moriré del todo", sentenció- ya ven, su mostacho incorrupto que sigue marcando en la eternidad las diez y diez.

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