Tres décadas hace que se publicó la novela y ese puede que sea también el tiempo que lleve viéndola en la casa familiar. No podría asegurarlo pero al empezar a leerla, algo del inicio recordaba y es que puede que hiciera el intento en alguna ocasión de meterle el diente.

Mientras trasteaba en la cocina con la radio puesta, conmemorando el treinta aniversario, en un programa dedicado a la cultura, mantuvo el presentador una charla con su autor que dijo de ella que pese a no haber tenido un importante éxito comercial, había tenido una larga vida. Fue entonces cuando sentí llegado el momento de leerla. Y esa larga vida de la que hablaba también la ha tenido este longevo y amarilleado ejemplar que varios días sostuvieron mis manos mientras desengranaba minuciosamente su evocador contenido.

En la estantería se ha conservado bastante bien y ha sido bien cuidado teniendo en cuenta que ha vivido tres mudanzas. Estoy casi segura que es un libro que compró mi hermano, es más podría hasta decir que lo compró en Granada en su época de estudiante ya que el autor de la obra vivía allí y estaba metido en el fregado de la movida de aquellos años. Y también imagino que fue él porque es una trama con tintes policiacos que tanto le gustaban. Así que no ha vivido solo tres mudanzas sino también un viaje que por aquel entonces era bien largo. Bueno, más bien como ahora si careces de vehículo ya que aprovecho para denunciar que es vergonzoso que sean años los que han pasado sin que podamos llegar desde este Sur directos hasta Granada en tren. Inexplicable.

Nada más empezar, remotamente me sonaba algo de lo que leía pero el desorientador inicio me hizo comprender que en un anterior periodo de mi vida lo dejara. Pero… si sabía perfectamente dónde estaba es porque en su momento me llamó algo la atención y era una asignatura pendiente que tarde o temprano tenía que recuperar. Cuchicheando por el navegador sobre los análisis hechos del libro, un joven al que se le exige comentar la narración afirma que no le ha llegado a gustar, que le ha resultado pesada y puedo llegar a entenderlo y puede que eso fuera lo que me pasara hace ya algunas décadas.

Beatus Ille, de Antonio Muñoz Molina, necesita una cierta madurez lectora y abordar cada página sin prisa para así poderle dar un poético mordisco a un crucial pasaje de nuestra historia.

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