HASTA seis veces tuvo que repetir la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que no pensaba replicar a la arremetida de Aznar contra la actual dirigencia popular, de la que insinuó que no rema en la dirección correcta y que se conforma con empatar el partido de la política española en vez de pelear por ganarlo.

La versión aznarista de la dirección correcta en la que habría de remar el Partido Popular tiene que ver con el marco en el que pronunció sus palabras: el congreso de Nuevas Generaciones de Madrid (las juventudes del partido), esa desenvuelta muchachada que ha aprobado una ponencia política que se zambulle en un liberalismo sin complejos que propone flexibilizar -aún más- el despido y eliminar el salario mínimo legal, una antigualla que impide crear puestos de trabajo... remunerados por debajo del salario mínimo.

Aznar, al que nunca agradeceremos lo bastante que anunciara la limitación a dos de sus mandatos al frente del Gobierno, y lo cumpliese a rajatabla, aparece permanentemente aquejado del síndrome de la imprescindibilidad que se apodera de los jefes que han dejado de serlo. Es muy humano, ciertamente, desconfiar del heredero, incluso aunque uno mismo lo haya designado y promovido, como es el caso de Aznar-Rajoy. ¿Acaso cuando abandonamos una empresa, voluntariamente o no, no terminamos pensando que quien nos sustituye hará, sin duda, peor el trabajo que hacíamos nosotros? Cuesta resignarse a que el heredero, cuando ya ha heredado, siga su propio camino. Sin tutelas ni tutías, como proclamó Fraga en sonada ocasión, y precisamente a favor de la autonomía de un Aznar que él había designado.

Es comprensible que el ex presidente se impaciente y malhumore por que su elegido Rajoy haya perdido las elecciones. No las de 2004, por las circunstancias excepcionales en que se celebraron, sino también las de 2008. Mi teoría es la opuesta a la que se desprende del cabreo permanente de Aznar: no ha perdido estas últimas por desviarse del camino trazado por él, sino por haber seguido durante demasiado tiempo su estrategia de la crispación, con el mismo equipo dirigente e idéntica deslegitimación del Gobierno socialista, traidor a España, traidor a las víctimas del terrorismo y traidor a la decencia y al auténtico progreso.

No es que Mariano sea un candidato de garantías para que el centroderecha regrese al poder. En cambio, el Aznar de este tiempo, bronco hasta con los suyos y predicador esencialista desde el cómodo púlpito de los que no tienen responsabilidades de las que dar cuenta, garantiza, si se imponen sus ideas en el PP, que éste no volverá a atraerse a las clases medias moderadas que dan y quitan mayorías electorales en este país.

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