La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Ayarra, entre Arauxo y Braña

Le deseo que en su tránsito haya sonado 'Coronación' tan grandiosamente como él la interpretó en la Catedral

Mira que llevaba años en Sevilla. Pues era como si nunca hubiera salido de su Jaca natal. Su casi padre adoptivo, el cardenal maño Bueno Monreal, se había hecho cargo de él tras quedar huérfano siendo niño y se lo trajo a Sevilla cuando se produjo el turbulento relevo del cardenal Segura. Aquí se ordenó sacerdote a los 23 años. Aquí fue organista de la Catedral desde 1961. Aquí fue catedrático del Conservatorio desde 1979. Aquí vivió. Pero como si no hubiera salido de Jaca. Tenía el rostro, el gesto, el habla, la sinceridad lindante con la brusquedad, el ir por derecho y de frente que tradicionalmente se atribuye a los aragoneses. Y bajo ello, la bondad y la nobleza de quien carece de dobleces. Y una fidelidad inquebrantable: todas las mañanas, tras la misa temprana que decía en la Catedral, rezaba ante la tumba de Bueno Monreal. Muchas veces lo vi allí, alta y delgada figura recogida en oración tras la reja de la capilla de San José, en la que está enterrado el cardenal.

Históricamente Ayarra es un eje catedralicio entre la gran Sevilla musical de los curas Torres y Almandoz, a quien sucedió como organista de la Catedral, colaboradores de Turina, Falla y la Bética de Cámara, y la Sevilla musicalmente renacida de Manuel Castillo, con quien trabajó y del que grabó una espléndida serie de discos con la casi totalidad de su obra para órgano. Si su mentor Bueno Monreal fue un puente entre los tiempos pre y posconciliares -asistió al Vaticano II y fue uno de los electores de Pablo VI-, el padre Ayarra lo fue entre los de Turina y Falla y los de Castillo, los tres músicos andaluces más grandes del siglo XX. Pese a ser hombre posconciliar, no pocos sofocones le costó el empobrecimiento musical de la liturgia y alguna vez nos desahogamos despotricando del guitarreo.

Le debo el descubrimiento de la música orgánica española que fui conociendo gracias a las clases de don Enrique Sánchez Pedrote, Ignacio Otero en el órgano del Salvador, la colección de música antigua española de Hispavox y el padre Ayarra. En su adiós le doy las gracias por Correa de Arauxo, Peraza, Cabanilles o Cabezón. Y le deseo que cuando se haya reencontrado con su querido Bueno Monreal, el cardenal que coronó a la Esperanza única de los mortales, haya sonado Coronación tan grandiosamente como él la interpretó en el órgano de la Catedral.

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