Estaba barriendo el suelo en la Acera de la Marina, su trabajo de todos los días, cuando vio llegar un Mercedes blanco, de modelo algo anticuado. Aparcó delante de él, se abrió una de las puertas delanteras y por ella salió una mujer joven, magrebí, guapa, de cuerpo airoso, con una bolsa en la mano que con paso grácil, se dirigió hacia el interior del barrio. El conductor se apeó y vino hacia donde estaba José, escoba en ristre. Era un hombre mayor, de pelo y bigote blancos al que calculó, estaría cercano a los ochenta años. Pese a su edad, conservaba un cierto porte, propio de la gente que ha hecho mucho ejercicio en su vida. Le preguntó: "Oye chaval, ¿tú crees que si viene la policía municipal y me ve aquí aparcado, me multará?". José le respondió que si no se apartaba del coche, posiblemente lo dejarían estar o todo lo más le pedirían que se marchara de allí, porque la verdad que en ese momento no estaba estorbando.

Sacó un paquete de tabaco y le ofreció a José un pitillo. Lo aceptó y comenzó la conversación. El dueño del coche le dijo: "Tú estarás asombrado de ver a una chica tan joven, con un viejo como yo….". José, evasivo, le contestó que cómo iba él a pensar eso. El otro le replicó que la chica era su mujer y que le iba a contar su historia. Era militar en la reserva y tenía un chalecito en San Fernando. Había estado casado y tenía tres hijos que vivían fuera de Andalucía. Ya tenía nietos. Hacía tres años que había perdido a su mujer que era el único amor de su vida. Al principio visitaba a sus hijos que lo recibían con alegría, pero pronto se dio cuenta de que estorbaba en sus vidas, comprimidas por el trabajo de las parejas. Volvió a su casa a envolverse en el triste manto de la soledad. Entonces se fijó en la muchacha de servicio que llevaba varios años cuidándoles. Era soltera y pensó que ya que prácticamente vivían juntos, podían casarse y así cuando él falleciera, no la dejaría desamparada. Lo consultó con sus hijos y sorprendentemente para él, bendijeron su decisión. Se lo propuso a la chica, ella aceptó y se casaron. La había traído a Algeciras, a visitar a un familiar. Paró un momento el relato y luego le dijo con voz resignada: "Yo sé que como joven que es, tendrá sus apaños y sus líos, pero ¿qué quieres que te diga? a mí me tiene muy limpito". Volvió la mujer y se fueron. Mi amigo José Bermejo se quedó pensando que en la vida, cuando eres joven, puedes buscar el amor en unos grandes almacenes, mas cuando eres viejo, te tienes que conformar con una tienda del desavío, y continuó barriendo la Acera de la Marina.

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