El mástil

Ildefonso Sena / Isena@imagenta.es

Amigos del caballo

CONOZCO por sus animales, al menos, a una docena de individuos que se autodenominan amigos del caballo. Esa amistad consiste, básicamente, en lucir palmito a lomos de un noble animal cada feria de septiembre, mucho mejor si es con una chorba generosa de tetas a la grupa.

Se pasean orgullosos por el albero caliente del ferial, acuden a concentraciones esporádicas de fin de semana y aprovechan cualquier acontecimiento para fardar de jaca. Se preocupan mucho de tener impecable montura y arreos, traje corto y sombrero de ala ancha, botas relucientes. Se preocupan de todo menos del caballo.

Así, es fácil ver los 365 días del año al noble animal abandonado a su suerte en medio del campo, atado en corto y sin más comida que la hierba seca. Día y noche, bajo un sol de justicia o sufriendo los embates de un temporal de agua y viento sin un mísero techo que los cobije.

En estas crudas noches de invierno los oigo relinchar bajo la lluvia a las tres de la madrugada. Y entonces maldigo a esa panda de impresentables, aprendices de señorito, que duermen tranquilamente sobre sus camas de desprecio y de olvido.

Y entonces maldigo a quienes lo permiten, ya vistan de verde, de azul o rosa palo, porque todo eso es tan ilegal como asaltar un banco o aparcar en doble fila.

Pero a nadie se le escapa que es mucho más fácil y menos comprometido endosarte una denuncia de tráfico que meterse en camisas de once varas por una mierda de Ley de Protección Animal.

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