La forja de un plumífero es un peculiar opúsculo autobiográfico de Rafael Sánchez Ferlosio sobre el oficio de escribir. Nos cuenta cómo, abrumado por el éxito de sus novelas Alfanhuí y El Jarama y con la inestimable ayuda de una dieta anfetamínica (Dexedrina Spansule: "lo mejor que ha salido en química desde Lavoisier"), se encerró con la Teoría del lenguaje de Karl Bühler y se sumergió en la gramática durante 15 años para diseccionar con la precisión de un forense la comunicación y el lenguaje. Aludiendo a su largo -pero voluntario- retiro, Ferlosio asemeja sus estudios gramaticales a la situación del clérigo que, habiendo dado lugar a algún escándalo, la discretísima Iglesia Católica, experta en tales trances, retira rápidamente de la circulación y al que pregunta por él, tras haber advertido su ausencia, se le contesta indefectiblemente: "Oh, el padre Ramoneda, se ha recogido para dedicarse a altos estudios eclesiásticos". Ya fuese en un apartado monasterio en medio de las montañas o, porqué no, en la mismísima Roma (recuérdese el plácido retiro en el Vaticano del arzobispo de Boston al destapar The Boston Globe que el alto prelado había encubierto -con enorme celo- la extraordinaria afición a la pederastia de los sacerdotes de su diócesis; una historia recientemente llevada al cine con gran fidelidad en la oscarizada Spotlight). Lo cierto es que los "altos estudios eclesiásticos" han servido tradicionalmente a la Iglesia para mantener en un prudente segundo plano a sus miembros más revoltosos. No cabe duda que en el mundo de la política cada vez se recurre con más frecuencia al mismo "retiro espiritual" como método más eficaz para esconder las "ovejas negras" y así podría decirse que gentes como Griñán, Chaves, Soria, Bárcenas e incluso Cristina y Urdangarin (y a no mucho tardar Cifuentes) han sido empujados a hacer mutis por el foro y arrostrar un pudoroso recogimiento para consagrarse, en este caso, a sus "altos estudios políticos". La prensa ha sacado a la luz otra faceta política que puede servirse de la sutil metáfora religiosa, son aquellos que, incumpliendo el deber fundamental de un político, esto es, no engañar a sus votantes y en su afán por aparentar un "más valer", se han atribuido títulos y honores que en realidad no tienen. Se autodoctoran de abogados, ingenieros, médicos, matemáticos, maestros… o hasta de poseer un modesto título de bachiller cuando en verdad si acaso pisaron un campus universitario fue para hacer la matrícula del primer curso. El conocimiento público de tanto chanchullo curricular ha vaciado de un día para otro los expedientes de no pocos cargos electos. Quizá fuese este un momento adecuado para que les liberásemos de sus obligaciones institucionales y que así pudiesen destinar su precioso tiempo a cursar "altos -o bajos- estudios académicos".

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