Carcajeante si no fuese para llorar, así continúo tras ver el esperpento del VAR en ese otro esperpento que es el Mundialito. Lo ocurrido en el partido del Madrid con los anfitriones de la cosa se parece al fútbol nuestro de toda la vida como un huevo a una máquina de escribir, absolutamente nada. Nada que ver lo ocurrido allí con ese juego que se ha erigido en el primer espectáculo del mundo, pero que nada que ver.

Menos mal que esa sublimación del absurdo que es que un futbolista se entere de que no vale su gol tras una sucesión de abrazos ha ocurrido en esa especie de Trofeo de la Galleta que es el Mundialito. Metido con calzador en el calendario para desvirtuar las competiciones domésticas, sólo le faltaba la aplicación del VAR, con sus parones, su canesú y unos cabildeos morosamente ridículos para que cayese todavía más su más que en tenguerengue reputación.

No me gusta el VAR porque le quita la esencia a un juego apasionante. La imagen de Casemiro celebrando un gol para seguidamente consternarse por su anulación pasará a los anales de la estulticia llevada al balompié. ¿O qué decir de la cara de alivio de Zidane cuando un par de minutos después del mazazo del segundo gol del enemigo vio que lo invalidaban? En fin, que Dios nos coja confesados y que el VAR no sea un artilugio que le dé garrote a nuestro juego preferido.

Ojalá el omnímodo Tebas le haga caso omiso a los que le han aconsejado el VAR y opte por el más práctico Ojo de Halcón. Con esto último no hay parones ni interpretaciones, sino dar fe de un hecho tan objetivo como el de si fue gol o no. Ahí, en el gol, es donde únicamente debe entrar la tecnología y decidir sobre la marcha, sin esperar a que los futbolistas abracen al goleador para saber si el abrazo procede o no. Lo del VAR en Abu Dhabi debería decidir su desestimación.