En un acto de cobardía repugnante, un grupo de estibadores la emprendió a golpes el pasado jueves contra un cámara de televisión. El, hasta entonces, ejemplar comportamiento de los portuarios en sus reivindicaciones se fue al garete entre patadas y puñetazos. Y con él, la razón. Y la vergüenza. Trabajadores que, para defender su trabajo, agreden a otros trabajadores. El sinsentido. Ni siquiera aunque el periodista agredido y sus compañeros amenazados tuvieran alguna responsabilidad en los problemas de la estiba con el Gobierno -algo que cualquiera con los dos dedos de frente que ellos no tienen puede ver que no es así- estaría justificado el intento de linchamiento. Pero mucho peor es que algunos de los que los rodeaban intentaran justificarlo. A todos ellos, a los cobardes y a los que los amparan, sólo les deseo una cosa. Que nunca nadie vaya a su trabajo a pegarles. De momento lo único que han conseguido es que muchos hayamos perdido la fe en su causa. Por muy justa que ésta nos pareciera.

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