Análisis

Bernardo palomo

Por siempre y para siempre

Luis desarrolló una escultura como era su vida: consciente, clara, evidente, culta e irónica

Me acabo de enterar de la muerte de Luis Quintero. ¡Un horror! La tragedia no es, ya sólo, por la desaparición de un artista muy importante, lo es porque se va un hombre joven, que estaba en plena actividad creativa y con unos horizontes artísticos diáfanos y llenos de absoluta dimensión.

Son ya muchos, desgraciadamente, los artistas de la provincia que se nos están marchando jóvenes. En la mente de todos están, además de Manolo Alés, el genial Lolo Pavón, eterno niño grande; Pepe Guerra, el pintor de Algeciras que ejercía funciones gestoras en la Fundación José Luis Cano; también, Chema Alvargonzález, aquel artista multidisciplinar que tan claro tenía por dónde debían transcurrir los nuevos horizontes artísticos. Ahora, Luis Quintero. El cruel manto de la muerte no perdona a los mejores y atrapa la realidad de todos, también de los que tanto tienen que decir y tanta trascendencia artística y espiritual promovían.

Luis Quintero era un escultor sabio, diferente, consciente y poseedor de unos argumentos que lo definían y lo posicionaban en un estamento creativo distinto, poderoso, conceptual y lleno de perfiles. Su obra pasó por muchas situaciones plásticas y estéticas y en todas ellas mantenía una dimensión artística poderosa, sabedora de lo que debía poseer el arte más inmediato que él dominaba y le concedía absoluta potestad. Era, además, escultor escultor. Sabio hacedor de una tendencia que estaba en decisivas vías de extinción. Su escultura gozaba de todos los planteamientos del gran arte clásico, aquel que posee los mejores valores plásticos, estéticos y constitutivos. Su obra estaba formalmente muy bien sustentada desde una parámetros escultóricos llenos de sentido y carácter; pero no se quedaba en los meros postulados de la forma, aunque ésta desarrollara los mejores y más determinantes argumentos plásticos; estaba, además, concebida desde las más contundentes posiciones conceptuales. Manifestaba criterios estéticos salidos de una cultura en la que creía y de la que obtenía lúcidas historias. Era, además, un escultor con un lenguaje particular, personal e intransferible. Su obra era transmisora del espíritu genuino de Luis Quintero; es más se podría decir 'estética a lo Luis Quintero'. Porque Luis desarrollaba una escultura como era su vida: consciente, clara, evidente, culta, sabia y, además, portadora de una mordaz ironía para inteligentes.

Ahora, cuando ha llegado el tiempo de honrar la figura del artista que se fue, aparte de los lógicos y verdaderos argumentos emotivos, sólo hay que ver su obra para pensar cómo era el autor. En todas ellas, en las monumentales, en las urbanas, en las íntimas, subyace el carácter del gran artista que las concibió y las hizo posibles. Unas esculturas que encierran el espíritu de una vida comprometida, de un artista serio, inteligente y trascendente. Un escultor grande que hizo grande a la escultura; un creador imaginativo, sensato y lleno de entidad.

De nuevo, la cruel realidad de la existencia ha marcado el destino final de uno de los mejores y, desgraciadamente, lo ha hecho demasiado pronto. Luis Quintero, por siempre y para siempre.

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