El agua vuelve a manar por fin por las lustrosas ranas de la fuente de la Plaza Alta, un icono restaurado justo a tiempo para una semana de pasión y multitudes, además de legionarios, por las calles de Algeciras. Una vez pase el olor de incienso y los penitentes de la limpieza arranquen la cera de la calzada, esta ciudad debe seguir preocupándose por su imagen. Sí, más allá de las fiestas señaladas. Algeciras todavía debe explotar el enorme magnetismo que ofrece la figura de Paco de Lucía, capaz de traer japoneses a la calle Tarifa. Algeciras debe poner en valor la muralla meriní y otros yacimientos para empezar a vender con ambición y cabeza su pasado. Que lo tiene y muy rico. Algeciras debe hacer lo imposible si es que es posible (que diría Rajoy) para atraer al visitante más allá de una plaza con encanto quijotescoy ranitas que vierten agua.

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