Análisis

Alberto Pérez de vargas

Del cante grande

La sociedad nació en la caseta El Camborio, en 1971, entre Los Cariocos y Los Palmeros

El pasado sábado día 14, en la Sociedad del Cante Grande (SdCG), se homenajeaba al gran flamencólogo Ramón Soler, sobrino de Luis Soler, ambos malagueños y los dos ligados a Algeciras por la gracia de Dios. Un marco y unas circunstancias que son para mí entrañables. Ramón entró en el flamenco de la mano de Luis para difundir, junto a él, conocimientos y contagiarnos de la magia de esa fusión sublime de lo gitano y lo andaluz. Estuve cerca de los orígenes de la peña y viví sus primeros pasos en la calle Larga. Antonio Rubio, sobre todo, y sus compadres, Juan Guerrero e Ignacio Pérez de Vargas, Manolo Camacho, Miguel Lozano Tello y algunos más, la crearon y sus continuadores han sabido consolidar con brillantez la iniciativa de aquellos inolvidables pioneros.

Ahora la presencia del arte flamenco se ha hecho mucho más ostensible que cuando en los primeros años setenta echó a andar la SdCG. Esa querida sociedad flamenca es la clave para entenderlo porque, a decir verdad, la vibración que generan otras instancias, por más que digan sus prebostes, es escasa. Un máximo relativo -Ramón, que es, como yo, matemático, entendería el significado de la expresión en su valor original- se produjo cuando el ayuntamiento presidido por Patricio Gonzalez, prestó una atención sin precedentes al flamenco, desde la desaparecida Fundación Municipal de Cultura. Pepe Vargas y Luis Soler dieron entidad y protagonismo a esa música sin par, que no goza del mejor de sus momentos en lo que a la iniciativa pública se refiere.

El ambiente de la Decimosexta Distinción Flamenca, muy bien conducido por el nuevo presidente Carlos Vargas, denso y hondo, me envolvió en la emoción y en la nostalgia de un tiempo en el que estaban muchos de sus principales actores. Sobre el escenario se leía "¡Ole quién sabe escushá!" (sic). Debieran corregir la frase; al acierto de ese "escushá", tan sonoramente andaluz, le precede un "quién" acentuado que no procede. La repetía Antonio Rubio en las calurosas sesiones de los jueves del primer verano, cuando la gente se agolpaba a las puertas de aquel pasillo con barra que llevaba a un pequeño salón consagrado al cante, al toque y al baile.

La sociedad nació en la caseta de feria El Camborio, en 1971, entre Los Cariocos y Los Palmeros. En su primer destino de la calle Cristóbal Colón, Dioni Peña fue madrina y primera cantaora. Unas marianas, como las del Cojo de Málaga, el primer cante, y Antonio Perea, que enseñaría los primeros acordes a Andrés Rodríguez, el primer guitarrista.

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