Análisis

Manuel Gil

¡Pararse ahí, abajo sin martillo!

Puede que la Semana Santa guarde bajo su cerradura más honda y profunda una llave directa que conecte al unísono con las emociones y los sentimientos de las personas. Quizás solamente la música o un recuerdo grabado a fuego en el alma sean los únicos conceptos capaces de rozar las sensaciones que avivan en la primavera andaluza, un viaje sin regreso a los ojos de la niñez. A la inmaculada y primeriza mirada del que ve pasar una cofradía desde su Cruz de Guía hasta la batería de la banda del Palio en el regazo de una madre o en los hombros de un abuelo.

El rincón de las sensaciones, bastión infranqueable del cofrade. Un rincón que se puede convertir en cualquier plazuela, en una calle prieta en la penumbra, en la recogida de un paso de Cristo, en el cimbreo de un crucificado, en el olor de los claveles, en los ojos penetrantes del penitente, en el baile acompasado de una bambalina, en el reflejo de una corneta, en los pies descalzos de una promesa, en el platillazo de la Marcha Real o simplemente, en un sitio, en un día, en una hora o en una esquina en el fondo del corazón.

Una vez escuché que una nueva Semana Santa no es otra cosa que la posibilidad de poder revivir una antigua. La del pasear de la mano con leotardos, la del mirar de una manera que hoy se vuelve más cansada, la de imaginarse de nuevo en los zapatos del que estrena y la del sentir muy cerca, casi abrazados, a los que se marcharon. Al fin y al cabo, disfrutar los días del ayer con las muescas en la vida de hoy.

Toda persona, todo algecireño guarda detrás de esa cerradura el territorio, en ocasiones oculto, de los sentimientos que despierta la Semana Santa. Unos de plenitud y fervor, otros dolorosos y de recuerdo. Son momentos que se viven, sólo eso, y en poder vivirlos está la magia que sólo se alcanza una semana al año. Cada uno rememorará los suyos y quizás el de alguno podría ser éste:

Y al alcanzar esa esquina/ el paso saldrá a costero/ y si huele a azahar/ tocarán Campanilleros./ Mirar ese viejo escalón/ sentirme como un chiquillo/ ¡Bueno, pararse ahí, / abajo sin martillo!

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