Cuarenta años ya desde aquella imagen insólita, irrepetible, con un octogenario que, desde el balcón del Palau de la Generalitat, gritaba "Ja soc aquí". Tarradellas, republicano e independentista, llevaba más de treinta años de exilio a sus espaldas, cargando con la responsabilidad de ser presidente de la Generalitat en ese exilio.

Suárez, al poco de ser elegido presidente, envió a un hombre de confianza, el general Casinello, experto en servicios de información, para que se entrevistara con Tarradellas en Saint Martin Le Beau, y regresó diciendo que era un hombre de fiar. Todo el mundo conoce la historia del viaje relámpago de Tarradellas a España para verse con Suárez en Moncloa. El presidente quedó impresionado por el talante de ese hombre que anteponía el bien de Cataluña y de España a sus propias convicciones políticas.

Regresó definitivamente investido como president porque así lo decidió Suárez de acuerdo con el Rey y pronunció el Ja soc aquí, que fue recibido con emoción no disimulada por una multitud que aguardaba sus primeras palabras. En aquella plaza de Sant Jordi había lágrimas en centenares de rostros, de jóvenes y de viejos.

Tarradellas es hoy un referente de cómo se pueden hacer bien las cosas. Era estricto en las formas, porque explicaba que debía exigir un comportamiento impecable a sus interlocutores ya que representaba a la más importante institución de Cataluña. Culto, austero, gran conversador y humilde, hablaba de España con tanta solemnidad como la que dedicaba a Cataluña y admiraba profundamente al rey Juan Carlos a pesar de su republicanismo, un Rey que le hizo marqués como reconocimiento a su lealtad.

Fue una figura grande en todos los sentidos. A hombres como él se le echan de menos siempre, pero más todavía cuando el independentismo se abraza a la ilegalidad y rompe la convivencia de aquellos a los que Tarradellas dijo Ja soc aquí.

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