Ocurrió una fría y lluviosa mañana de febrero del año pasado. Mi padre me contó que se había despertado tosiendo de madrugada y que encontró su mano agarrada con fuerza por las de una enfermera que le ayudó a conciliar nuevamente el sueño. Los dos nos quedamos un largo rato en silencio, mirando hacia el mar, hacia los barcos que entraban y salían al Puerto de Algeciras desde el privilegiado ventanal de la habitación 605 del hospital Punta de Europa. Después no bajé por el ascensor. Preferí hacerlo por la caja de la escalera para tratar de evadirme de la amarga sensación, luego confirmada, de que estaba ante sus últimas horas. De lo que vino después recuerdo una llamada, más lluvia y dolor. Y las manos de aquella enfermera a la que no pude poner rostro. En su día no tuve fuerzas para escribir un agradecimiento al personal del hospital por su entrega y cariño. Ahora, aprovechando que el centro cumple 40 años, es hora de saldar esa deuda. Gracias.

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