Pocas frases resumen mejor el panorama que las enviadas por Puigdemont a Comín: "Volvemos a vivir los últimos días de la república catalana", "Moncloa triunfa", "esto se ha terminado", "los nuestros nos han sacrificado, al menos a mí". Sacrificado, la palabra utilizada por Tardà para explicar cómo desbloquear la situación: prescindiendo del ex president como candidato.

Puigdemont y Comín confesaban su desazón. Los mensajes significaban su rendición ante el Estado ante el que se rebelaron, que utilizó todas las armas de las que disponía, excepto las bélicas, para neutralizar a un ex president del que sus propios compañeros decían, sotto voce, que había perdido los papeles, que no se atenía a razonamientos, que había entrado en una dinámica enfermiza, de las que tratan los psiquiatras. Con sus mensajes acaba su corta biografía política. Pero intensa, tanto que ha provocado la crisis más grave vivida en la España democrática.

Ahora quedan cuestiones importantes por resolver. Primera, esperar el siguiente paso de los independentistas. Lo inteligente sería que propusieran un candidato limpio de problemas judiciales. Segunda, es fundamental que se inicie una nueva etapa en las relaciones entre Cataluña y el resto de España. En el aspecto político-gubernamental, desde luego, pero también en lo social. Ya está bien de boicots y de considerar ladrones a los españoles o insolidarios a los catalanes.

El nuevo Govern y el Ejecutivo de España deben iniciar una nueva etapa. Sin ceder un milímetro en el respeto a la ley y a la Constitución, sin que Cataluña obtenga privilegios vedados a las demás comunidades. Sin embargo, salvo que haya una reforma constitucional con el consenso de todos los partidos, Cataluña no puede avanzar en las ansias independentistas. Puigdemont ha quedado neutralizado y ahora toca esperar. Con la esperanza de que las cosas se hagan bien. No se pueden cometer más errores: Cataluña y España entera merecen que se deje atrás la pesadilla.

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