Cada persona es dueña de sus opiniones. Y libre de expresarlas. Incluso si entran en contradicción con algunos de sus posicionamientos expresados públicamente con anterioridad. Pero esa misma libertad se puede utilizar también para recordar a esas personas su posible incoherencia. Pasa con aquellos que, en el uso de su libertad, defienden con ahínco la prisión permanente revisable, lo que viene a ser una cadena perpetua de toda la vida, y a la vez llevan a gala ser cristianos. A veces, hasta devotos cristianos. Y ahí el grado de contradicción salta a la vista. Porque se hace raro que el cristianismo defienda la prisión de por vida; porque la persona, por feroz y cruel que haya sido -que eso no se discute si es culpable-, merece otras oportunidades. Merece, al menos, el setenta veces siete. Lo contrario es olvidar que esta religión surgió de un inocente condenado a muerte. Algún que otro cristianismo sí tendría que ser revisable.

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