En política, los partidos suelen dar que hablar al común de la gente, ofreciendo motivos para tomarles en cuenta lo que hacen casi a diario. Ya se sabe que los partidos expresan el pluralismo político propio de las democracias y, por tanto, no es extraño que nos interesemos por ellos cuando concurren poco más o menos a la formación y manifestación de la voluntad popular.

De un tiempo a esta parte, se hace hincapié en que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos sean realmente democráticos. En virtud de la democracia interna de las organizaciones políticas, algunos militantes ya afirman cualquier cosa con tal de que se cuente con ellos. Si fijamos la atención en nuestro texto constitucional, parece que un partido debe cuidar los elementos democráticos de su estructura interna con esmero. Ahora bien, los partidos no podrán ser instrumentos fundamentales para la participación política si no se configuran como unidades de acción y de funcionamiento. Utilizar más la exaltación de los ánimos participativos que los razonamientos puede cargarse el sistema de partidos, en lugar de mejorarlo.

Un partido permanentemente dividido dejará de ser útil para los electores. Los ideales de un grupo político pueden ser abiertos, dispuestos a acoger nuevas ideas, pero deben fundamentarse en una unidad que pueda servir y ser aprovechada para conseguir el bienestar propio de un Estado democrático de Derecho. Convertir un partido en un conjunto de grupúsculos que agitan constantemente la organización no soluciona los asuntos pendientes, sino que pasaremos de un problema a otro sin solución de continuidad.

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