Cultura

La voluntad de fuga

  • El nuevo ensayo de Mario Vargas Llosa editado por Alfaguara explora el mundo de Juan Carlos Onetti, un pionero de la modernidad en la narrativa de lengua española

Ha dedicado monografías esclarecedoras a García Márquez, Flaubert o Victor Hugo y decenas de artículos, siempre luminosos, a obras clásicas de todos los tiempos, desarrollando una teoría de la imaginación creadora que complementa su labor narrativa y permite incluir su nombre en el selecto grupo de los grandes ensayistas contemporáneos. Esta nueva inquisición de Mario Vargas Llosa tiene su origen en un curso impartido en la Universidad de Georgetown, Washington, en otoño de 2006, con motivo del cual tuvo ocasión de releer la obra completa de Juan Carlos Onetti. Amigo personal del uruguayo y lector desde antiguo de sus fabulaciones, el autor de La verdad de las mentiras pudo así renovar su viejo entusiasmo y, desde el acercamiento sistemático, acceder a las claves profundas que definen una literatura en la que el todo, nos dice, suma más que las partes, como suele ocurrir con los creadores de mundos complejos. Su tesis principal apunta a la ficción como recurso para sobrellevar las limitaciones de la realidad, ampliando sus confines hasta confundirlos con los territorios de la pura fantasía.

Onetti, pues, como exponente máximo de esa vida paralela que puede llegar a sustituir a la propia vida, como paradigma del inventor de mundos que sirven de refugio frente a la insatisfacción de la vida verdadera. Vargas Llosa comienza por exponer, en el preámbulo que da título al libro, esta idea de la literatura como refugio. La ficción no es una mera réplica de la vida. Nacido de "un movimiento mental del desvalido ser humano para salir de la jaula en que transcurre su vida y alcanzar una libertad e iniciativa que lo hace escapar del espacio y el tiempo", el territorio de la imaginación permite superar las frustraciones individuales y hacer realidad los deseos, como en un "sueño lúcido" donde jugamos a ser otros. Tampoco se trata de un mero refugio, pues "al hacer nacer en nosotros la voluntad de vivir de manera distinta", la ficción es también un acicate contra el conformismo, un estímulo imprescindible que trasciende la dimensión lúdica para adquirir carácter moral. A partir de aquí, Vargas Llosa se aplica a recorrer la obra de Onetti para probar que encarna como ninguna otra esa tensión entre lo vivido y lo imaginado, destacando además su originalidad y el alcance extraordinario de su propuesta literaria.

El joven "vago y soñador", el escritor hosco que fuma y bebe sin descanso, el excéntrico que pasa los últimos años de su vida sin levantarse de la cama, como uno de esos acostados de los que habla Caballero Bonald… Hay en estas páginas esbozos del hombre singularísimo que fue Onetti, pero el ensayista se centra en la otra vida que vivió en sus relatos y novelas, con la invención del territorio mítico de Santa María -que aparece por primera vez en La vida breve (1950)- como hito en su trayectoria y la de la literatura en lengua española. Vargas Llosa pone de manifiesto el poderoso influjo de Faulkner, que es el referente más directo, pero resalta las diferencias entre el creador de Yoknapatawpha y su émulo uruguayo, que recibió también, junto a los de Joyce y Proust, el ascendiente de Céline -particularmente visible en el "estilo crapuloso", perfecto vehículo de su visión pesimista y descarnada de la condición humana- e incluso, lo que puede sorprender a primera vista, el de Borges, tan opuesto en todo al autor de El astillero. La obra de Onetti, con sus recurrencias de escenarios y personajes, aparece admirablemente descrita, título a título e incluyendo los relatos, piezas de una geografía inaugural que abre un registro inédito, apabullante, no exento de oscuridades e imperfecciones pero cuya contribución a la modernidad resulta desde hace tiempo incontestable. El fracaso como estímulo para la invención, la "voluntad de fuga hacia lo imaginario" como forma de vivir una vida más intensa, Onetti como ejemplo de la razón de ser de la literatura.

Tal vez debido al mencionado origen universitario, la prosa de Vargas Llosa se muestra aquí más académica que de costumbre, pero no deja de ser un lujo asistir por unas horas a la lección magistral de un escritor que ha demostrado, como el propio Borges, como Octavio Paz, una inteligencia crítica de primer orden. Es un verdadero placer, acostumbrados como estamos a elogios superficiales que repiten los tópicos consabidos, seguir este despliegue de argumentos que no sólo explican el mundo de Onetti, sino que constituyen, conforme a la función primera de la crítica, la mejor incitación a su lectura.

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