Cultura

Una vez al año ser friki no hace daño

Chuck Palahniuk se convirtió en un minoritario autor de culto tras la publicación de su novela El club de la lucha (1996) y en un autor de éxito tras la publicación de su best-seller Asfixia (2001). La adaptación cinematográfica de la primera a cargo de David Fincher en 1999 le dio gran popularidad internacional entre su nacimiento y su consagración como novelista. Con los derechos de todas sus novelas adquiridos por Hollywood, en algunos casos en espera de rodaje por lo desagradable de sus tramas, la segunda adaptación de una de sus obras y el hecho de que se tratara de la novela que le consagró como autor de grandes tiradas había generado una cierta expectación que, desgraciada o afortunadamente, no será correspondida por esta película. Quedarán defraudados tanto los admiradores de El club de la lucha (entre los que no me cuento) como los admiradores del escritor (entre los que tampoco me cuento). Es decir, no satisfará a quienes acudan a ella buscando más madera del retorcido, violento y cínico universo de Palahniuk que Fincher retrató con eficacia. Algo de ese mundo ácido hay en esta historia salomónica y sacacorchos (por lo retorcido, se entiende) en la que se citan enfermedades mentales, desamparo, adicción al sexo, ironía levemente surreal, humor negro, oscuras relaciones madre-hijo, crítica feroz del americano medio y el catálogo de anormalidades o enormidades propio de este escritor-estrella de la llamada Generación X. Quién le iba a decir a Tod Browning que su Freaks anticipaba la realidad mediático-cultural del siguiente siglo. La novela fue a parar a las manos del actor (televisivo, cinematográfico y teatral), director teatral, guionista y ahora realizador debutante Clark Gregg. Este multifacético hombre del espectáculo no parece reunir las condiciones necesarias para afrontar las sinuosas oscuridades del universo de Palahniuk. La película es plana, lineal, previsible… Sólo la salvan (y sólo en parte) sus intérpretes, en especial el trío Sam Rockwell, Brad William Henke y la siempre grande Anjelica Huston (a la que querríamos ver lejos de este festival friki). Asfixia en producto típicamente Sundance (el festival laboratorio de Frankenstein que desde hace años da vida al más falso y tramposo cine americano supuestamente independiente) para consumo de trasgresores de salón y consumidores de frikismo con aspiraciones culturales. Con relación a la complejidad de lo humano, en sus extremos más oscuros, dolorosos o tortuosos, este universo literario y esta película guardan una relación parecida a la que tenía con el auténtico fenómeno hippy aquella inmortal criatura fílmica llamada Una vez al año ser hippy no hace daño. Es decir, ninguna.

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