Cultura

Un verdadero maestro del cine

  • Fallece a los 89 años mientras dormía el director Éric Rohmer, hermano mayor y referente severo de la 'Nouvelle Vague' · El autor de 'La marquesa de O' y 'Cuento de otoño' fue un hombre libre y sereno

"Los jueves están reservados para el cine-club del Barrio Latino, en el que Maurice Schérer oficia de maestro de ceremonias. A sus veintinueve años, en 1949, de aspecto severo, pero bastante jovial y chistoso sin parecerlo, Schérer es profesor de Lengua en el instituto de Lakanal de Sceaux y firma sus artículos de cine bajo el seudónimo de Éric Rohmer. Para los jóvenes cinéfilos, Rohmer es una especie de hermano mayor al que tratan de usted por respeto. Era un hombre honesto, íntegro, muy profe. A los que no teníamos un céntimo siempre nos daba algo de dinero, pero teníamos que entregarle a cambio un justificante: un billete de metro o de tren, la cuenta de la tienda de comestibles...". Así introducen a Éric Rohmer sus compañeros de Cahiers du Cinéma Baecque y Toubiana al recrear el clima cinéfilo del París de posguerra en su espléndida biografía de François Truffaut.

He preferido dar a Rohmer esta entrada como actor secundario en la vida de otro realizador para presentarlo tal y como lo veían los jóvenes que encabezarían la Nueva Ola, para los que Rohmer -doce años mayor que Truffaut y diez más que Godard y Chabrol- fue, como Resnais (1922) y Melville (1917), un compañero de camino e incluso, más que estos dos maestros, un miembro activo del movimiento como crítico, agitador cineclubístico y realizador; pero al mismo tiempo nunca fue del todo uno de ellos, ya fuera, además de la edad, por razón de temperamento (sereno), formación (disciplinado y gran bagaje cultural académico), creencia (católico) o ideología (liberal reformista).

Cuando la modernidad era el credo que el propio Rohmer profesaba, guardaba una distancia sabia: "Estaba convencido de que hay una cierta impostura en el arte moderno, que podía existir un academicismo de la modernidad. Lo moderno podía llegar a ser tan tiránico como lo clásico y, tiranía por tiranía, ¡mejor la tiranía de lo clásico!". Cuando el cine norteamericano, antes de su reivindicación cahierista, era satanizado por la oficialidad comunista, tan intelectualmente influyente en el París de posguerra, él y Bazin defendían apasionadamente a Welles, Wyler o Hawks. Fue tan libre que en los años 80, él, que había sido uno de los padres de la cinefilia, escribió: "Actualmente detesto, odio la cinefilia, la cultura cinéfila. Hace años dije que era estupendo ser un cinéfilo puro, no tener otra cultura que la del cine. Pues resulta que, desgraciadamente, se ha cumplido: hoy hay quien no tiene más cultura que la cinematográfica, que sólo piensan por el cine... Creo que en el mundo hay muchas otras cosas y que el cine debe alimentarse de ellas".

Dreyer con La pasión de Juana de Arco, Marcel Carné con El muelle de las brumas, René Clair con 14 de julio, Chaplin con Tiempos modernos, Rossellini con Stromboli, Hawks entre los norteamericanos y sobre todos ellos Renoir -"el más grande, el único del que puedo ver una y otra vez las películas encontrando siempre algo nuevo"- le hicieron amar el cine al que dedicó toda su vida y en cuya historia se ha inscrito con letras mayúsculas. Porque la muerte del autor de La coleccionista, Mi noche con Maud o Cuento de otoño y de las exquisitas y únicas La marquesa de O, Perceval el galo, La inglesa y el duque y El romance de Astrea y Celadón; del cineasta que Jean Narboni considera el discípulo más consecuente de André Bazin; del redactor jefe de la edad de oro de Cahiers du Cinéma y del hermano mayor y referente más severo de la Nouvelle Vague, cierra una vida y concluye una obra esenciales para comprender el último medio siglo del cine europeo.

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