nuria espert. actriz

"El teatro te da las herramientas para responder a la fealdad del mundo"

  • La intérprete, recientemente galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Artes, estará este viernes en el Teatro Cervantes de Málaga con 'Incendios', la celebrada obra de Wajdi Mouawad.

Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), el pasado octubre, en Oviedo, antes de recoger el Princesa de Asturias.

Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), el pasado octubre, en Oviedo, antes de recoger el Princesa de Asturias. / efe

Conviene llamar al teatro español por su nombre: Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) estará en el Teatro Cervantes de Málaga este viernes y el sábado con el montaje que dirige Mario Gas de Incendios, la aclamada obra de Wajdi Mouawad, una historia de refugiados que revela con portentosa fidelidad las mayores sombras y luces de la especie humana. Ramón Barea, Laia Marull y Álex García, entre otros, comparecen junto a la reciente ganadora del Premio Princesa de Asturias de las Artes.

-Incendios devuelve el teatro contemporáneo a las orillas de la tragedia clásica. ¿Preparó el personaje de Nawal Marwan como si de una Hécuba se tratase?

-Mouawad es un autor de una singularidad muy fuerte. Es cierto, como dices, que en Incendios asoma la tragedia griega por todas partes, pero también Shakespeare y otras muchas fuentes. Al mismo tiempo, sin embargo, no se parece a ningún otro autor. Emplea un lenguaje propio para crear escenas igual de gran belleza que llenas de horror, marcadas lo mismo por la violencia que por el amor. Para interpretarlo bien hay que compartir sus códigos, introducirse en su mundo y aprender.

-Mouawad escribió Incendios y el resto de su tetralogía durante los ensayos con su compañía en Quebec, con largas sesiones de improvisación. ¿Cómo ha afrontado Mario Gas la dirección de un montaje con un origen tan físico, tan desde el cuerpo del actor?

-Haciendo un poco el camino inverso: partiendo del texto y viendo cómo se traducían las emociones que contiene el mismo en nosotros, como artistas y como personas. A partir de aquí el procedimiento ha sido también muy espontáneo. Hemos compartido los sentimientos siempre a flor de piel, en parte porque una obra como Incendios no se puede hacer de otra manera. Te llena mucho. Estoy convencida de que se trata del gran texto teatral del siglo XXI.

-¿Debe ir el espectador preparado para una función de tres horas no precisamente complaciente?

-Lo único que tiene que hacer el espectador es comprar su entrada, sentarse en su butaca y dejarse llevar. Abrir bien los sentidos ante lo que va a suceder. Quienes han visto la obra coinciden en afirmar que cuando sales de la función te sientes de alguna forma purificado, limpio. Por eso, aunque algunas cosas que se cuentan puedan resultar terribles, considero que ver Incendios es una experiencia más proclive al optimismo. Te aporta herramientas para responder a la fealdad del mundo. Y Mouawad consigue esto sin pretender adoctrinar a nadie. Al contrario, lo que se brinda aquí es un momento de absoluta libertad. Incendios es una de esas obras que demuestran que el teatro, el buen teatro, penetra mejor en el espectador que una película o un libro, porque todo el material que hay en juego es humano. La relación que comparten los actores y el público es de amistad y amor.

-Si el teatro aporta herramientas para responder a la fealdad del mundo, ¿el espectador es siempre un revolucionario?

-En cada generación hay determinados textos teatrales que funcionan como luces encendidas en medio del mundo. Y hace muchos siglos, desde el principio, que la humanidad viene construyendo un mundo feo. Por esto, lo que define al gran teatro es su función de guía en medio de esta fealdad, incluso a un nivel de conductas y de comportamientos. Cada vez se nos ofrecen más ocasiones para escoger entre varias opciones y el teatro nos ayuda a quedarnos con la mejor, aunque parezca que vayamos contra la corriente. Te contaré una cosa: mi madre era la mujer más maravillosa que he conocido. Siempre fue una buena persona para todo el mundo. Pero cuando se enteraba de alguna noticia terrible, de algún suceso atroz, tenía una frase que dirigía siempre a sus causantes. Era una frase que le venía seguramente de antiguo, y la decía casi sin pensar: "La muerte es poco para esas personas". Si lo piensas fríamente, lo que venía a decir mi madre era que había que vengarse. Y sí, esta reacción puede parecer natural, pero también hay otras opciones que evitan la venganza. Yo me pregunto todavía por qué tanta gente se inclina por la maldad, pero tengo claro que una gran obra de teatro como Incendios te presenta las dos alternativas y te muestra las consecuencias de ambas. Por eso después, en la vida real, te ayuda a escoger bien. Y por eso me habría gustado mucho que mi madre hubiese visto esta obra. A mí me faltaron palabras en su día para convencerla.

-En referencia al gran teatro, ¿cuál es el autor que más la ha iluminado, el que cree usted haber conocido mejor?

-Tendría que citarte a todos los grandes autores a los que he interpretado. Strindberg me enseñó todo el dolor que la incomprensión puede causar en una pareja; Ibsen, el poder de la voluntad a la hora de romper con aquello que no nos gusta y que no amamos; de Brecht aprendí a mirar al mundo con todos sus desarreglos y con ojos constructivos; Shakespeare nos dice lo que somos; y los clásicos griegos nos dicen a dónde vamos.

-Su discurso en la entrega de los Premios Princesa de Asturias fue unánimemente celebrado. Pero, en realidad, no dijo nada que no hubiese dicho antes, más aún sobre la defensa del teatro. ¿Tal vez lo mejor de aquel escaparate fue la oportunidad de llegar a oídos sordos o desentendidos?

-Sí, desde luego lo más especial de todo fue la novedad de la situación y el aforo al que me dirigí. Había mucha gente prestando atención y tenía que aprovecharlo. Es curioso, pero hubo quien me criticó por haber echado mano de Shakespeare y de Lorca para mi intervención. Decían que aquello no era propiamente un discurso, y seguramente tenían razón. Pero si opté por hacer esto fue porque Shakespeare y Lorca se expresan mucho mejor que yo. Además, he interpretado tantas veces a sus personajes que mi voz está ya confundida con la suya. Casi es la misma.

-¿Espera que los halagos que siguieron después, por parte incluso del Gobierno, se traduzcan en actuaciones concretas para mejorar el teatro español?

-Esas actuaciones tienen que llegar ya de cualquier manera. La alianza que hicieron Wert y Montoro, con un 21% de IVA y el desprestigio de las artes escénicas, ha hecho mucho daño. Ahora parece que el Gobierno va a bajar el IVA cultural, pero sin llegar a confluir con Europa. A ver cómo vamos a salir de ésta. No será fácil.

-¿Estos últimos ocho años han sido los más duros de su trayectoria en lo que a la situación de la profesión se refiere?

-No. Los años anteriores a 1975 fueron mucho peores. Catastróficos, terribles.

-¿A qué personaje al que no haya interpretado nunca le gustaría encarnar o haber encarnado?

-Algunos hay. Me habría gustado mucho hacer Antonio y Cleopatra. E interpretar a Hedda Gabler, y a Lady Macbeth. Pude haberlos hecho, pero se quedaron ahí, en la mesita de noche. No siempre se dan las mejores circunstancias, ya sean personales, del teatro o del propio país, para que un proyecto deseado salga adelante.

-Resulta chocante que interpretase usted al Rey Lear y que no haya sido Lady Macbeth.

-¿Verdad que sí? Pero es que el teatro se parece mucho a la vida. Es apasionante. Está lleno de situaciones inesperadas. A veces tomas una decisión y lo que sucede es completamente distinto a lo que tenías previsto. Cuando mi marido y yo quisimos montar la adaptación de Alberti de La lozana andaluza, invertimos todo nuestro esfuerzo y, cuando todo parecía resuelto, la censura nos lo echó para atrás. Entonces, decidimos recuperarnos haciendo Yerma y con ello obtuvimos el éxito de nuestra vida. Hay quien lo llama suerte, otros lo llaman destino. Para mí es la contingencia de cada día.

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