Cultura

El teatro de la autocomplacencia

Nikita Mikhalkov iba para traductor cinematográfico del fascinante universo literario de Chejov (Partitura inacabada para piano mecánico, Cinco tardes, Ojos negros) hasta que se destapó como grandilocuente y errático perpetrador de épicas cintas de reconstrucción histórica bajo las que latía una cierta nostalgia del grandeur de la madre patria rusa (blanca y zarista, se entiende) como Quemado por el sol o El barbero de Siberia.

Diez años después de su última película, tiempo en el que director de Los parientes y Urga ha estado más pendiente de los asuntos políticos oficiales de su país y de las instituciones del cine europeo que de su propia vertiente creativa, Mikhalkov regresa a las pantallas internacionales con un indisimulado remake de la famosa cinta judicial Doce hombres sin piedad que el bueno de Sidney Lumet dirigiera allá por 1957 en pleno apogeo del trasvase teatro-televisión-cine que se vivía por entonces en los estertores del Hollywood clásico.

Tal vez para intentar justificar su operación de reciclado y puesta al día del texto dramático original de Reginal Rose y de la película protagonizada por Henry Fonda, Mikhalkov y sus guionistas calzan una trama con el conflicto checheno de fondo en el epicentro (¿histórico?) de este ejercicio de dramaturgia que, por otro lado, pretende poner de manifiesto el poderío de la vieja escuela interpretativa rusa (ahí es nada, doce veteranos actores de la escena compartiendo mesa y gimnasio, con el propio Mikhalkov al frente) en un injustificadamente largo tour de force de monólogos, réplicas y gestos a cada cual más subrayado y evidente.

Lejos, muy lejos, del acercamiento lírico al asunto de la otra película rusa en cartelera, la excepcional Aleksandra de Sokurov, 12 nos invita a una función autocomplaciente, estirada, tramposa y rimbombante sobre la justicia, la ética, la verdad, la mentira y los mecanismos de la psicología y el comportamiento del hombre en grupo. Poco importa, nada en realidad (hay que ver lo cursis que quedan los modernos flashbacks o sueños que nos pasean por la celda del acusado o por los hechos enjuiciados), que en las calles de Grozni sigan estallando las bombas y se siga escuchando el metálico y pesado sonido de los tanques.

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