fotografía | el cicus acoge la exposición 'Media hora'

Paisajes del sexo en la carretera

  • Pablo Balbontín fotografió durante cuatro años locales de alterne de todo el país para trazar una ruta española de "cárceles que no queremos ver".

Media hora es el tiempo mínimo establecido por los propietarios de los burdeles para los clientes que quieran subir con las prostitutas a las habitaciones disponibles en el local, cuenta Pablo Balbontín. Media hora es también la unidad de medida recurrente de los puteros en los foros de internet: aquí, media hora, 50 euros; allí, media hora, 70; allá, media hora, tanto. Y Media hora es, en consecuencia, el título del proyecto que Balbontín, fotógrafo sevillano afincado en Turín, presenta en el Cicus hasta el próximo 23 de marzo. Una exposición que compendia cuatro años de investigación y viajes en coche por las carreteras de toda España, una ruta por la gigantesca industria de la prostitución y la trata de personas limitada exclusivamente a los locales de carretera, casi todos ellos antiguas ventas, viejos hostales de caminos o deprimentes naves industriales, espacios reciclados para el siempre boyante mercado de los apetitos y las frustraciones sexuales.

A ellos se acercó el artista para fotografiarlos siguiendo siempre la misma premisa: "Son imágenes de paisaje y arquitectura, de gran formato, formalmente muy correctas y realizadas con una Linhof Technika de placas. Quería, sobre todo, que fueran muy descriptivas y, a su manera, poéticas. Son premeditadamente sencillas y, en apariencia, frías. Pero en realidad son fotografías calientes, de acuerdo con la distinción sobre la que teorizó McLuhan: una imagen que no exige implicación del espectador es fría; la que sí, caliente. Todas fueron hechas a la misma hora, o al mediodía o bien, en algunas ocasiones, con la primera luz de la mañana, y muchas de ellas, más o menos la mitad, son contraluces", explica Balbontín sobre su acercamiento a esas "cárceles que no queremos ver". "No son otra cosa que el paisaje del crimen que se ha cometido o está por suceder. Lugares que no se ocultan a la vista, pero que no vemos ni comprendemos, invisibles para la mayoría", escribe el fotógrafo en el catálogo editado por la Universidad con motivo de la exposición.

En un "ejercicio de responsabilidad", Balbontín se obligó a ver y comprender. Afincado en Turín desde hace 24 años, en uno de sus periódicos viajes en coche desde la ciudad italiana a Sevilla, en una parada para descansar en La Jonquera, en plena frontera entre España y Francia, le sacudió la constatación de que la localidad catalana se había convertido en "un puticlub al aire libre". En la ligera bruma de irrealidad de las siete de la mañana, mientras repostaba gasolina, de un minibús que paró justo al lado salió un grupo de somnolientas jóvenes rubias, obviamente extranjeras, del Este, para estirar las piernas mientras dos hombres llenaban el depósito como él. Durante el resto del viaje hasta el sur no pudo ya dejar de fijarse en la enorme cantidad de prostíbulos de carretera -hay más de 15.000 en todo el país-, todos con sus muros de colores, sus neones, sus nombres entre la pesadilla ochentera y el sentimiento ganador, sus palmeras de plástico, su horrendo y desolado kitsch.

Decidió entoncer exponer esos lugares a la luz del día, cuando pueden pasar casi inadvertidos y están cerrados, con las persianas echadas, como si nada hubiera pasado entre esas paredes desde hace siglos. "Como sin vida", dice Balbontín, que se inspiró por ello en los celebrados trabajos de Bernd y Hilla Becher, figuras fundamentales de la fotografía contemporánea y fundadores de la Escuela de Dusseldörf, también conocida como Nueva Escuela de la Fotografía Alemana, quienes entre finales de los 60 y principios de los 70 fijaron su mirada en objetos y ruinas industriales para reivindicar un regreso a los orígenes del medio y proponer de paso una reflexión sobre la naturaleza del mismo; una vuelta a la concepción de la fotografía como herramienta para captar la realidad mediante el rigor científico y la observación estricta y distanciada, un poco a la manera de los trabajos de catalogación de los naturalistas de la era premoderna. Balbontín fundió los postulados de estos creadores de nuevos mundos iconográficos con la atmósfera del cineasta Sergio Leone, con la luz "potente, despiadada y reveladora" de sus películas, a la que Balbontín recurrió para mostrar que estos espacios propios del reino de la noche y la clandestinidad, sin la connivencia de la oscuridad, acaban revelando inexorablemente la profunda tristeza sobre la que se levantan.

En su propósito de rasgar esa superficie, de evitar que la apariencia cutre y hortera de tales lugares mitigue siquiera un poco la naturaleza de la actividad que sucede dentro de ellos (en tantísimos casos, la esclavitud pura y dura), Balbontín acompaña sus imágenes de una serie de crudos textos, reconstrucciones "totalmente fieles", explica, de denuncias, diálogos de prostitutas con asistentes sociales e informes realizados por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, la Federación de Mujeres Progresistas y la Agencia Española de Cooperación Internacional. "Tenía un chófer que nos perseguía para que no huyésemos, nos perseguía siempre. Cuando íbamos a la peluquería, al banco, a comprar, siempre detrás de nosotras. Podíamos salir del club una hora al día, pero si te pasabas de una hora te multaban", dice el testimonio de una mujer identificada como Brasil 10. "Yo lo que digo es que nos engañaron a todas. Esto es la mierda prometida (...) Nadie sabe cómo nos hemos convertido en putas, porque yo no vine a trabajar de puta, yo vine a cuidar a la señora María y... y ya está", Colombia 2. "Cuando no tienes documentación es muy duro, ves el coche de la Policía y te dan ganas de correr, salir, de hacerte humo, que salga la tierra y te trague", Ecuador 1. "Entonces subí con uno y me pegó en la habitación, porque me quería hacer cosas que yo no quería, era un hotel de tres plantas, yo no sé cuántas habitaciones, o sea allá te podían matar y nadie se enteraba", Colombia 1.

Incluso omitiendo las afirmaciones explícitas sobre el modo de realizar ciertas prácticas sexuales, los textos son estremecedores, a veces brutales. Balbontín, en cualquier caso, matiza que la naturaleza de su trabajo, no obstante su indudable dimensión social y política, trasciende lo periodístico, o lo documental. "Es un trabajo de arte. ¿Por qué? Porque desnuda una verdad escondida". Incluso un mundo feo, sí, puede contener otro dentro aún más horrible, viene a recordarnos este trabajo sobre la oscuridad bañada en luz, a pleno sol.

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