Cultura

La rivalidad en tiempos de Sófocles

  • Caixafórum analiza hasta junio 'La competición en la antigua Grecia' con grandes obras del British Museum

  • El friso del Mausoleo de Halicarnaso destaca entre las piezas de la muestra

'Diadúmeno, el que se ciñe la diadema', una de las piezas del apartado deportivo.

'Diadúmeno, el que se ciñe la diadema', una de las piezas del apartado deportivo. / Belén vargas

Entre las divinidades a las que los griegos rendían culto, Niké fue una de las que menos atención atrajo en la literatura de la antigüedad, tan dada a fabular sobre sus mitos, pero eso no impidió que la diosa de la victoria fuera una figura frecuente en las artes plásticas. Solía representarse con sus alas extendidas, volando o ya próxima a la tierra, dispuesta a galardonar con una cinta o una corona al vencedor de una competición atlética o una campaña militar. A veces, relata el investigador Peter Higgs, especialista en escultura y arquitectura de la antigua Grecia en el British Museum, su silueta se colocaba en los frontones de los edificios "como si estuviera otorgando el triunfo a los humanos".

Una espléndida Niké alada con las ropas agitadas por el viento es precisamente la estatua que abre La competición en la antigua Grecia, la muestra con la que Caixafórum Sevilla se sumerge en el esplendor del mundo helénico e indaga, gracias a una colaboración con el British Museum, en cómo la rivalidad y el deseo de superación del hombre impregnaron, en los tiempos de Eurípides y Esquilo, ámbitos como la guerra, el deporte, las artes y la filosofía.

Antes de cederse a Caixafórum, el mausoleo nunca había salido del Museo Británico

Comisariada por Higgs, la muestra, que pudo verse ya en Madrid y Barcelona y abre sus puertas hasta el 17 de junio, trae a Sevilla 160 obras procedentes del museo británico, algunas de ellas restauradas para la ocasión. En el conjunto hay piezas de la magnitud del Mausoleo de Halicarnaso, impresionante monumento funerario del que se exhiben algunas esculturas y un fragmento del friso y que es cedido por primera vez por la institución inglesa. Vasijas, objetos de bronce, joyas, monedas o instrumentos musicales reflejan "cómo era la vida entonces y cómo ha influido la civilización de la antigua Grecia en el presente", sostiene Elisa Durán, directora general adjunta de la Fundación La Caixa. "A veces pensamos en los antiguos griegos como si estuvieran subidos siempre en un pedestal", añade Higgs al respecto, "creando teatro y debatiendo sobre filosofía, pero eran como nosotros, como demuestra una exposición como ésta".

La diosa Niké, inmortalizada no sólo en el colosal mármol que inicia el recorrido sino también en pendientes, estatuillas de terracota o ánforas, es el primer motivo de una muestra que prosigue con una mirada a los juegos de la niñez. "El hombre que ha de ser bueno en cualquier cosa debe ejercitarla directamente desde la infancia, jugando y actuando seriamente", argumentaba Platón. El juego se entiende como medio de aprendizaje, pero también como un modo de avivar la competición: en una jarra de cerámica, un niño discute con otro -lo señala con un gesto iracundo- en una escena en la que ambos parecen entregados a las tabas, un pasatiempo popular en la antigüedad. Otra ánfora plasma un momento poco representado en el arte griego: un juego de pelota, "un objeto que no centraba ningún acontecimiento deportivo, como hace ahora el fútbol, pero que solía usarse en los entrenamientos", precisa Higgs.

La competición en la antigua Greciase detiene a continuación en las citas deportivas, en las que Zeus jugaba un papel relevante: en el santuario dedicado a este dios en Olimpia, en el Altis o bosque sagrado, se celebraban unos juegos que se iniciaron en el año 776 a.C. y se prolongaron durante más de mil años. Algunos datos pueden resultar llamativos para el espectador de hoy: los hombres competían desnudos debido a incidentes anteriores en los que los deportistas tropezaban con sus ropajes, una circunstancia que ayudó a que la escultura de la época fuera una hermosa lección de anatomía; aunque la victoria otorgaba la celebridad, el premio a menudo consistía en algo más modesto que esos "contratos de fama y riqueza de hoy", anota Higgs, una corona de hojas de olivo y más de un centenar de ánforas de aceite procedente de la ciudad sagrada de Atenas. Una de esas vasijas que reconocía a los vencedores puede verse ahora en la muestra, junto con otras obras como una cabeza de Zeus y cerámicas en las que se reproducen distintas pruebas deportivas como el lanzamiento de disco y jabalina, la carrera a pie o la lucha. El comisario muestra su predilección por una cabeza de bronce que inmortaliza a un atleta de pancracio -una suerte de lucha libre- con la nariz rota y una cicatriz en la frente. Entre los torneos que se organizaban también había espacio para las carreras de cuadrigas y de caballos, y en un curioso relieve de la muestra, Artemisa corona a un cuadrúpedo que ha resultado vencedor.

Las competiciones no eran sólo deportivas, y en la antigua Grecia también había certámenes de artes escénicas que se convocaban en honor de Dionisos, dios del vino y del teatro. A esos concursos se presentaron dramaturgos cuyo eco llega hasta nuestros días, como Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes. Una base de mármol muestra en la exposición a las nueve musas que inspiraban a los hombres y que influían en disciplinas como la tragedia (Melpómene), la danza (Terpsícore), la historia (Clío) o la comedia (Talía). Instrumentos musicales, máscaras o una cabeza de mármol de Dionisos forman parte del bloque dedicado a las artes escénicas, donde no se dejaba espacio a la creatividad de las mujeres. "Era una sociedad muy masculina", lamenta Higgs, "y ellas no podían expresarse más que bailando, y sólo en rituales religiosos, competiciones atléticas y banquetes".

La vertiente "más negativa" de la competición, la guerra, fue una práctica constante en la historia de la antigua Grecia, donde se dieron conflictos como el de Troya o el de las guerras médicas. Los equipamientos que utilizaban los guerreros, las armaduras -"que inicialmente eran de bronce y con ellas era muy costoso moverse, más tarde se adaptaron a materiales como el lino o el cuero", cuenta Higgs- y los relieves y tablas en homenaje a los soldados son algunas de las piezas que conforman este apartado. Entre las obras que recrean la mítica guerra de Troya se encuentra una delicada estatua de Afrodita que perteneció a Lord Byron.

Héroes y mitos, otro de los capítulos de la muestra, recrea leyendas como la de Heracles, que siendo un bebé estranguló a las serpientes que les enviaba la diosa Hera y ya hombre se aplicó en los doce trabajos titánicos que tuvo que llevar a cabo, como los de matar a un león de piel impenetrable o domar al toro de Creta. De sus hazañas dejan constancia cerámicas y bronces presentes en la exposición.

Conseguir una posición social era otra forma de competencia entre los antiguos griegos, y la preocupación por el estatus llegaba a los enterramientos. La exposición recoge estelas funerarias como la de Hermodoro, un ciudadano de aspecto atlético que sostiene un pergamino, "un dato con el que se quiere decir -dice el comisario- que era un hombre no sólo fuerte, sino también inteligente" y por el que se piensa que pudo ser tanto un atleta como un erudito. Culminan la muestra, al final del recorrido, los restros del Mausoleo de Haricarnaso, dedicado al rey Mausolo de Caria, "una de las siete maravillas del mundo antiguo". En el friso que describe el enfrentamiento entre los griegos y las amazonas, una de ellas suplica clemencia a un tipo que hace ademán de cortarle el cuello. "Esa escena nos está diciendo que no hay que llevar los enfrentamientos hasta el último nivel, el de matarse", advierte Higgs sobre un conjunto de obras en las que no resulta difícil reconocerse. Amparados o no por los dioses, "los personajes de estas piezas son humanos, como nosotros", concluye Higgs, "y están luchando de manera negativa o positiva a los desafíos que se les presentan".

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