Cultura

Una preposición, dos velocidades

  • Sobre desequilibrios, geografías, sombras y luces, a modo de balance

Cuando el pasado año la dirección del Festival tuvo a bien rebautizar -y en cierto modo, refundar- la cita, supo que fiaba el destino de varias convocatorias a comprobar el éxito o el fracaso de la decisión. A esta edición le correspondía, por tanto, la ingrata tarea de la consolidación. Ser la primera instancia para valorar, pasados los aspavientos de la novedad, si el festival lograba o no recuperar una identidad progresivamente perdida desde que, mediada la década pasada, San Sebastián o Valladolid optaran por acoger -y sobre todo, premiar- cintas españolas.

En efecto, la apertura latinoamericana ha proporcionado varias notas positivas en lo que a sección oficial se refiere. De un lado, hemos podido disfrutar este año de cintas incuestionablemente superiores a lo que se venía ofreciendo en los últimos años. Violeta al fin, Sergio y Serguéi o Invisible, sin ser obras cumbres, han cosechado un cierto consenso de crítica y público. Como también lo han logrado las coproducciones La voz del silencio y la ganadora de la Biznaga Latinoamericana, Benzinho. Otras como Los buenos demonios o La reina del miedo han llamado de un modo u otro la atención del jurado. Y, por redondear, ha habido incluso espacio para cintas limítrofes con el arte y ensayo, como la fascinante Ojos de madera.

Con el camino fácil de agradar a todos, el festival se inclina al tono de un torneo de verano

Notablemente alejado en el tiempo del Festival de Huelva (que, recordemos, se celebra en noviembre), es pronto para resolver la duda de si Málaga se convertirá a medio o largo plazo en un enclave igual de interesante para los productores iberoamericanos. La presencia de una biznaga propia así parece reclamarlo. En 2017, única comparación posible hasta el momento, Huelva clausuró con Una mujer fantástica, a la postre ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. Mientras, en Málaga se alzó con el galardón Últimos días en La Habana que, pese a un cierto atractivo, pasó por taquilla y festivales sin pena ni gloria. Para el cierre se reservó Señor, dame paciencia. Como decimos, aún es pronto.

Peores noticias se han podido constatar en el segmento estrictamente patrio. Y es que en lo que a producciones españolas se refiere, la Sección Oficial ha repetido tozudamente la fórmula de años anteriores: dos o tres cintas verdaderamente destacables, varias medianías y otra serie de producciones más o menos respetables, pero cuya selección se antoja inimaginable en cualquier otro festival que se considere como tal.

En el primero de los grupos se encuentra indudablemente Las distancias, justa vencedora del certamen. Un escalón por debajo, Sin fin e incluso Ana de día podrían añadirse a ese listado de cintas que gustan de ser descubiertas en el festival y que a nivel de galardones podrían haber corrido otra suerte.

En un segundo ámbito, películas como Casi 40 o Las leyes de la termodinámica han venido a refrendar que, como demostró Isabel Coixet hace un par de años, cuando un autor de cierto renombre compite en Málaga, lo hará inexorablemente con una obra menor.

Por último, Mi querida cofradía, El mundo es suyo y El mejor verano de mi vida continúan con la línea de sonrojos que el festival parece empeñado en infligirse cada año, quizá inconsciente de la autolesión que le supone a medio y largo plazo. En el mejor de los casos pueden resultar agradables películas de sobremesa, pero su irrelevancia cinematográfica es atronadora comparada con cualquier producción exhibida en ZonaZine.

En cualquier caso, sería miope responsabilizar exclusivamente al Festival sin señalar de la misma manera que la depresión que transita su sección oficial -y que forzó la apertura- es coherente con la que vive su industria. En este sentido, no es casualidad que la escuela catalana sea la que proporcione, año tras año, las mayores alegrías. Además de Las distancias, aquí se han coronado Smoking room, Tres días con la familia, 10.000 kilómetros o Verano 1993, entre muchas otras. Consecuencia lógica de que la producción catalana sea la única que, en mitad de este bache que dura ya demasiados años, esté ofreciendo películas en una cantidad y calidad suficientes como para que alguna se derrame del resto de citas cinematográficas y otorgue prestigio aquí.

Por su parte, la organización del Festival parece haber leído entre líneas la necesidad de avivar el fuego de la industria y a tal fin ha vuelto a organizar multitud de foros, mercados y actividades paralelas. Pero en objetivos de este calado la reputación juega un papel imprescindible. Y si asumimos (y después de veintiuna ediciones, mejor hacerlo) que la primera línea del cine español no pisa Málaga más que para homenajes y masterclass; que la segunda lo hace sólo cuando presenta obras menores; y que los talentos que el festival descubre no suelen volver con sus cintas posteriores… tratar de reactivar la industria se antoja un objetivo desaforado. Quizá anteponer cintas como Con el viento o Casa Coraggio a telefilmes patrocinados fuese un noble primer paso.

De insistir por el contrario en el camino tomado se corre el riesgo de consolidar, como este año, una extraña sección oficial de dos velocidades. Porque la franja latinoamericana, por el simple hecho de haber sido escogida de entre un rango más amplio, ha aportado títulos de una calidad significativamente superior a las propuestas nacionales.

Si además del bache comentado y las dificultades adquiridas, la Sección Oficial sigue optando por el camino fácil de agradar a todos en lugar de mostrar lo mejor que recibe, el festival se apresta pronto a adquirir el tono y la relevancia de un torneo de verano. A todo el mundo le gusta y es agradable cuando llega, pero nada más. Poco importa que el local sea más o menos mediocre. Lo importante es deleitarse con los visitantes. Aunque vengan con los suplentes.

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